sábado, 12 de marzo de 2011

De l´amour et de la vie

El amor es una imagen de nuestra vida: ambos están sujetos a las mismas revoluciones y a los mismos cambios. Su juventud está llena de alegría y esperanza: uno es feliz de ser joven, como uno se siente feliz de amar. Este estado tan agradable nos conduce a desear otros bienes, y los queremos mas sólidos; no nos contentamos con subsistir, queremos hacer progresos, nos buscamos medios de adelantarnos y de asegurar nuestra fortuna; buscamos la protección de ministros, nos volvemos útiles a sus intereses; no podemos soportar que alguien pretenda lo que nosotros pretendemos. Esta emulación pasa por mil cuidados y mil penas, que se borran con el placer de verse establecido: todas las pasiones se encuentran entonces satisfechas, y no preveemos que podamos dejar de ser felices.
No obstante, esta felicidad es raramente duradera, y no se puede conservar por mucho tiempo la gracia de la novedad. Por tener aquello que hemos deseado, no dejamos de desear más. Nos acostumbramos a todo aquello que es nuestro; los mismos bienes no conservan su mismo precio, y no agradan siempre del mismo modo a nuestro gusto; cambiamos imperceptiblemente, sin darnos cuenta de nuestro cambio; aquello que conseguimos se convierte en parte de nosotros mismos: sería un duro golpe perderlo, pero ya no somos sensibles al placer de conservarlo; la alegría ya no está viva, buscamos fuera de aquello que tanto hemos anhelado. Esta inconstancia involuntaria es un efecto del tiempo, que se lleva a nuestro pesar tanto el amor como la vida, borra insensiblemente cada día un cierto aire de juventud y alegría, y destruye los encantos mas verdaderos; adoptamos modales más serios, añadimos útiles a la pasión;  el amor no subsiste ya por sí mismo, y toma auxilios ajenos. Este estado del amor representa el declive de la edad, cuando comenzamos a ver por donde debemos acabar; pero no tenemos la fuerza de terminar voluntariamente, y en el declive del amor como en el declive de la vida nadie puede decidirse a prevenir todos los disgustos que faltan por sufrir; vivimos entonces de las costumbres, pero ya no vivimos por los placeres. Los celos, la desconfianza, el temor de dejar, el temor de ser dejado, son las penas unidas a la vejez del amor, como las enfermedades están unidas a la vida demasiado larga: solo sentimos que estamos vivos al sentir que estamos enfermos, como solo sentimos que estamos enamorados cuando sufrimos por amor. No salimos del adormecimiento de las uniones demasiado largas sino por el despecho y el dolor de seguir unidos; en fin, de todas las decrepitudes, la del amor es la más insoportable.

Máximas de La Rochefoucauld (traducción: Paloma de Grandes)