lunes, 23 de mayo de 2011

Proust y su magdalena



Hay cosas que marcan. Una canción, una carta, una flor, un olor, como le ocurría a Proust con su ya famosa magdalena... Me pregunto si alguien se ha leído alguna vez entero ese mamotreto llamado "En busca del tiempo perdido". Ese podría ser el título de este capítulo de mi vida. El tiempo pasa demasiado rápido, y parece que uno siempre se deja algo en el tintero. Creemos que disponemos de todo el tiempo del mundo para hacer todo aquello que teníamos planeado y sólo cuando uno echa la vista atrás cae en la cuenta de que han pasado los años y que no los hemos aprovechado como es debido. Siempre podríamos haber hecho más de lo que hicimos. Yo siempre he sido muy vaga ¿para qué nos vamos a engañar? Nunca he valorado mi tiempo en exceso y sin embargo creo que no lo he invertido del todo mal. La verdad es que siempre he preferido tomarme un café con un buen amigo antes que emprender cualquier proyecto faraónico digno de ser recordado por generaciones futuras. He vivido sin prisa pero sin pausa, disfrutando de los pequeños placeres que la vida cotidiana me ha ido brindando, como si de un vino se tratase. La gracia está en saborearlo, paladearlo y no en beberlo de un sorbo. De ese modo lo más probable es que nos siente como un tiro. Sin lugar a dudas lo bonito de viajar en tren no es llegar al destino final sino contemplar los paisajes ocultos entre estación y estación. Mi tía Nené me suele decir “Palo, en esta vida hay tiempo para todo: para reír, para llorar, para amar…” Y no deja de ser verdad que cada momento tiene su afán como advertía Santa Teresa de Jesús. Una vez leí una frase que decía "El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para los que aman el tiempo es eterno." La verdad es que no sé en que grupo incluírme. Quizás sea parte de todos ellos dependiendo del día. Lo cierto es que hay cosas que tienen el poder de teletrasportarnos al pasado sin necesidad de que Julio Verne intervenga en el proceso. El artífice de mi viaje en este caso es un poema. Un poema que hace mucho que no leía. Yo tenía diecisiete años y muchas ansias por vivir y amar. Lo gracioso es que con veintitrés sigo igual de ansiosa. ¡Como pasa el tiempo!

XVIII

Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.

Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.
                           
                                                                                          Pablo Neruda

domingo, 15 de mayo de 2011

Se equivocó la paloma

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo,
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas eran rocío;
que el calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)
              
                                        Rafael Alberti