lunes, 21 de octubre de 2013

El Hada Azul





Cierto día el Hada Azul,
quiso a la tierra bajar
y se mandó preparar
su gran carroza de tul.
Diciendo: "A cada mujer
de las diversas naciones,
les voy a dar tantos dones
como pueda conceder".

Bajó aquí sin dilación,
tocó su cuerno amarante
y acudieron al instante
una de cada nación.

Llamó y dijo a la italiana:
Tú tendrás ardientes ojos...
y tendrás labios tan rojos
que parecerán de grana.

Por tu cutis sonrosado,
dijo a la inglesa, serás
entre todas las demás
un tesoro codiciado.

Por tus nacarados dientes
le dijo a la austriaca luego,
verás quemar en el fuego
de amor a tus pretendientes.

A la mujer parisiena
le dio una distinción,
ingenio, corrección...
y hasta corazón también.

Y así fue haciendo lo mismo
pródiga con todas ellas,
repartiendo entre las bellas;
a una sentimentalismo,
a otra ingenio, a otra blancura,
a otra claro entendimiento,
a esa otra un alma pura...

Así acabó sus dones,
que entre todas repartió,
cuando al terminar salió
de entre todas las naciones
una gallarda manola
muy joven, casi chiquilla,
que lucía una mantilla
de rica blonda española,
y que acercándose al Hada,
ruborosa dijo así:
Según veo para mí
no me habéis dejado nada.

Quedóse el hada un momento
suspensa de admiración
y fijando su atención en ella,
con acento dijo luego:
¿Tú qué quieres
que yo te pueda otorgar?
¿Tienes algo que envidiar
a todas estas mujeres?
¿No tienes el pelo acaso
abundante, negro, hermoso?
¿No tienes el porte airoso?
¿No hay en tu mirada clara,
rayos de sol que fascina?
¿No es tu sonrisa divina?
¿No es bellísima tu cara?
Entonces, ¿qué quieres?, di
si aún juntando a todas ellas,
resultan menos bellas que tú.

¿Qué buscas aquí?
Sin embargo, dijo el Hada:
yo no quiero que al marcharte
tengas porqué lamentarte
de que no te he dado nada.

Y mirando a la manola
dijo alzando más el tono:
¡A ver, que traigan un trono
a la mujer española!

Y en este cuento me fundo
si es que este cuento no engaña,
para decir que en España
está lo mejor del mundo.


II

Las mujeres españolas
se distinguen por su cuerpo,
por su cara tan risueña,
su talento y su salero.

Una de estas mujeres,
a ninguna se la iguala,
porque entrega cuando ama
todo el candor de su alma.

Mujeres, como capullos en flor;
vosotras sois el orgullo español;
mujeres morenas de labios coral
que entregáis la vida
y el alma al besar...

Mujeres que lleváis en los ojos
las luces de un tesoro
del Cielo Español.

Dedico esta poesía
en fechas tan señaladas,
a estas fiestas Covarchinas,
a las Reinas y sus Damas. 

Rosita Denia

domingo, 20 de octubre de 2013

Soneto 116



Permitid que no admita impedimento
Ante el enlace de las almas fieles
No es amor el amor que cambia siempre por momentos
O que a distanciarse en la distancia tiende.

El amor es igual que un faro imperturbable,
Que ve las tempestades y nunca se estremece.
Es la estrella que guía la nave a la deriva,
De un valor ignorado, aún sabiendo su altura.

No es juguete del Tiempo, aun si rosados labios
O mejillas alcanza, la guadaña implacable.
Ni se altera con horas o semanas fugaces,
Sino que aguanta y dura hasta el último abismo.

Si es error lo que digo y en mí puede probarse,
Decid, que nunca he escrito, ni amó jamás el hombre.

William Shakespeare   

viernes, 11 de octubre de 2013

Obras son amores





Vuestro temple me embelesa
por lo espontáneo y sencillo
gentil como una paloma,
dócil como un corderillo

Que a pesar de tanta pompa,
y de la gala que os rodea
nunca conmigo fuisteis
ni engreída ni abyecta.

Qué elegancia, qué finura
qué delicada hermosura
hallé en vos al despertar
aquella mañana de julio
Con ese batín de seda
sentada en aquella mesa
al hablar de Gibraltar.

¡Qué preclaro pensamiento!
¡Cuán agudo el intelecto!
Vuestro verbo tan sincero,
tan cabal y tan directo
me recuerdan a los niños
y la ternura de sus juegos.

Vuestras manos prodigiosas
sólo propias de las diosas
que me hacen perder el sentido
como los nardos fragantes
ayudan a los errantes
a volver a su camino.

Tanto os añoré
que quizá mi mente me engañe
pero el sol del verano maravillas
ha hecho en vuestro semblante. 

Vuestros labios hoy me llaman
como el alba llama al día
y si de mí dependiese
yo mi vida entregaría
pues estar lejos de vos
qué horrible destino sería.

Por ello reclamo en Florencia
me obsequiéis con vuestra presencia
aunque sea un día o dos
pues cuando vuelva a aquellos lares
todo me parecerán solares
y no pensaré más que en vos

Estas palabras le dijo,
ella calló y sonrió
Pues sabía que lo que oía
tenía poco valor.

Que nadie olvide jamás
La moraleja de este cuento:
las palabras son palabras,
poco son si no son hechos.
Pues como dijo el refranero
obras son amores 
y lo demás tormento.


Paloma de Grandes V.

domingo, 26 de mayo de 2013

¡Domestícame!


Entonces apareció el zorro:

—¡Buenos días! —dijo el zorro.

—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito, que se volvió pero no vio nada.

—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.

—¿Quién eres tú? —preguntó el principito— ¡Qué bonito eres!

—Soy un zorro —dijo el zorro.

—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!

—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.

—¡Ah, perdón! —dijo el principito...
Pero después de una breve reflexión, añadió:

—¿Qué significa "domesticar"?

—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?

—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?

—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?

—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.

—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear lazos... "

—¿Crear lazos?

—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...

—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...

—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.

—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.

El zorro pareció intrigado:

—¿En otro planeta?

—Sí.

—¿Hay cazadores en ese planeta?

—No.

—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?

—No.

—Nada es perfecto -suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

—Por favor... domestícame -le dijo.

—Bien quisiera -le respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.

—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, Ios hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!

—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.

—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la feliçidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves, entonces, son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando eI día de la partida:

—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.

—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...

—Ciertamente —dijo el zorro.

—Y vas a llorar!, —dijo el principito.

—¡Seguro!

—No ganas nada.

—Gano —dijo el zorro—, he ganado a causa del color del trigo.

Y luego añadió:

—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

—Adiós —le dijo.

—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.

—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.

—Lo que hace más importante a tu rosa es el tiempo que tú has perdido con ella.

—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.

—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...

—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.

Extracto de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry

sábado, 20 de abril de 2013

Don Juan Tenorio (III)

Bueno, llegamos al fin al famoso extracto por todos conocido o que todos debieran conocer. Tras leer la carta de Don Juan, éste aparece en su habitación e Inés se desmaya de la impresión. Don Juan decide entonces llevarla a su casa y cuando ésta despierta Brígida le explica que se produjo un fuego en el convento y que Don Juan la rescató y la trajo a su casa para asegurarse de que estuviera a salvo. Doña Inés preocupada por su padre desea marcharse pero en ese momento aparece Don Juan y después de tranquilizarla y decirle que su padre sabe que se encuentra sana y salva le dice lo siguiente:


JUAN: ¿No es cierto, ángel de amor, 
que en esta apartada orilla 
más pura la luna brilla 
y se respira mejor? 
Esta aura que vaga, llena 
de los sencillos olores 
de las campesinas flores 
que brota esa orilla amena; 
esa agua limpia y serena 
que atraviesa sin temor 
la barca del pescador 
que espera cantando el día, 
¿no es cierto, paloma mía, 
que están respirando amor? 
Esa armonía que el viento 
recoge entre esos millares 
de floridos olivares, 
que agita con manso aliento; 
ese dulcísimo acento 
con que trina el ruiseñor 
de sus copas morador, 
llamando al cercano día, 
¿no es verdad, gacela mía, 
que están respirando amor? 
Y estas palabras que están 
filtrando insensiblemente 
tu corazón, ya pendiente 
de los labios de don Juan, 
y cuyas ideas van 
inflamando en su interior 
un fuego germinador 
no encendido todavía, 
¿no es verdad, estrella mía, 
que están respirando amor? 
Y esas dos líquidas perlas 
que se desprenden tranquilas 
de tus radiantes pupilas 
convidándome a beberlas, 
evaporarse, a no verlas, 
de sí mismas al calor; 
y ese encendido color 
que en tu semblante no había, 
¿no es verdad, hermosa mía, 
que están respirando amor? 
¡Oh! Sí. bellísima Inés, 
espejo y luz de mis ojos; 
escucharme sin enojos, 
como lo haces, amor es: 
mira aquí a tus plantas, pues, 
todo el altivo rigor 
de este corazón traidor 
que rendirse no creía, 
adorando vida mía, 
la esclavitud de tu amor.
INÉS: Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, 
que no podré resistir 
mucho tiempo sin morir, 
tan nunca sentido afán. 
¡Ah! Callad, por compasión, 
que oyéndoos, me parece 
que mi cerebro enloquece, 
y se arde mi corazón. 
¡Ah! Me habéis dado a beber 
un filtro infernal sin duda, 
que a rendiros os ayuda 
la virtud de la mujer. 
Tal vez poseéis, don Juan, 
un misterioso amuleto, 
que a vos me atrae en secreto 
como irresistible imán. 
Tal vez Satán puso en vos 
su vista fascinadora, 
su palabra seductora, 
y el amor que negó a Dios. 
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!, 
sino caer en vuestros brazos, 
si el corazón en pedazos 
me vais robando de aquí? 
No, don Juan, en poder mío 
resistirte no está ya: 
yo voy a ti, como va 
sorbido al mar ese río. 
Tu presencia me enajena, 
tus palabras me alucinan, 
y tus ojos me fascinan, 
y tu aliento me envenena. 
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo 
imploro 
de tu hidalga compasión 
o arráncame el corazón, 
o ámame, porque te adoro.
JUAN: ¡Alma mía! Esa palabra 
cambia de modo mi ser, 
que alcanzo que puede hacer 
hasta que el Edén se me abra. 
No es, doña Inés, Satanás 
quien pone este amor en mí: 
es Dios, que quiere por ti 
ganarme para él quizás 
No; el amor que hoy se atesora 
en mi corazón mortal, 
no es un amor terrenal 
como el que sentí hasta ahora; 
no es esa chispa fugaz 
que cualquier ráfaga apaga; 
es incendio que se traga 
cuanto ve, inmenso voraz. 
Desecha, pues, tu inquietud, 
bellísima doña Inés, 
porque me siento a tus pies 
capaz aún de la virtud. 
Sí; iré mi orgullo a postrar 
ante el buen comendador, 
y o habrá de darme tu amor, 
o me tendrá que matar.

Evidentemente la obra no acaba aquí. Son muchas las escenas dignas de ver y escuchar. Cómo ya dije en la primera entrada, la interpretación del montaje de TVE es magnífica. Por este motivo os dejo el vídeo de esta escena y, para los más osados u ociosos, el enlace de la obra completa. Realmente merece la pena verla entera. 



lunes, 8 de abril de 2013

Don Juan Tenorio (II)

Retomamos la historia donde lo dejamos ayer: Brígida le dice a Don Juan que ha de hacer para entrar en el convento donde se encuentra Doña Inés. Una vez de vuelta en el convento, Brígida le hace entrega a Inés de una carta de Tenorio. La pobre está hecha un lío y su inexperiencia hace que tan dulces palabras surtan su efecto. La delicadeza y belleza de estos versos son innegables. No es de extrañar que Inés se quede prendada Don Juan.


INÉS: ¡Ay!, que cuanto más la miro, 
menos me atrevo a leer. 
(Lee.) 
«Doña Inés del alma mía.» 
¡Virgen Santa, qué principio!
BRÍGIDA.  Vendrá en verso, y será un ripio 
que traerá la poesía. 
Vamos, seguid adelante.
INÉS: (Lee.) «Luz de donde el sol la toma, 
hermosísima paloma 
privada de libertad, 
si os dignáis por estas letras 
pasar vuestros lindos ojos, 
no los tornéis con enojos 
sin concluir, acabad.»
BRÍGIDA.  ¡Qué humildad! ¡Y que finura! 
¿Dónde hay mayor 
rendimiento?
INÉS: Brígida, no sé qué siento.
BRIGIDA. Seguid, seguid la lectura.
INÉS: (Lee.)
«Nuestros padres de consuno 
nuestras bodas acordaron, 
porque los cielos juntaron 
los destinos de los dos. 
Y halagado desde entonces 
con tan risueña esperanza, 
mi alma, doña Inés, no alcanza 
otro porvenir que vos. 
De amor con ella en mi pecho 
brotó una chispa ligera, 
que han convertido en hoguera 
tiempo y afición tenaz: 
y esta llama que en mí mismo 
se alimenta inextinguible, 
cada día más terrible 
va creciendo y más voraz.»
BRÍGIDA.  Es claro; esperar le hicieron 
en vuestro amor algún día, 
y hondas raíces tenía 
cuando a arrancársele fueron. 
Seguid.
INÉS: (Lee.) «En vano a apagarla 
concurren tiempo y ausencia, 
que doblando su violencia, 
no hoguera ya, volcán es. 
Y yo, que en medio del cráter 
desamparado batallo, 
suspendido en él me hallo 
entre mi tumba y mi Inés.»
BRÍGIDA.  ¿Lo veis, Inés? Si ese horario 
le despreciáis, al instante 
le preparan el sudario.
INÉS: Yo desfallezco.
BRÍGIDA.  Adelante.
INÉS: (Lee.) 
«Inés, alma de mi alma, 
perpetuo imán de mi vida, 
perla sin concha escondida 
entre las algas del mar; 
garza que nunca del nido 
tender osaste el vuelo, 
el diáfano azul del cielo 
para aprender a cruzar: 
si es que a través de esos muros 
el mundo apenada miras, 
y por el mundo suspiras 
de libertad con afán, 
acuérdate que al pie mismo 
de esos muros que te guardan, 
para salvarte te aguardan 
los brazos de tu don Juan.»
(Representa.)
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo! 
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA.  (Ya tragó todo el anzuelo.) 
Vamos, que está al concluir.
INÉS: (Lee.) 
«Acuérdate de quien llora 
al pie de tu celosía 
y allí le sorprende el día 
y le halla la noche allí; 
acuérdate de quien vive 
sólo por ti, ¡vida mía! 
y que a tus pies volaría 
si le llamaras a ti.»
BRÍGIDA.  ¿Lo veis? Vendría.
INÉS: ¡Vendría!
BRÍGIDA.  A postrarse a vuestros pies.
INÉS: ¿Puede?
BRÍGIDA.  ¡Oh!, sí.
INÉS: ¡Virgen María!
BRÍGIDA.  Pero acabad, doña Inés.
INÉS: (Lee.) 
«Adiós, ¡oh luz de mis ojos! 
Adiós, Inés de mi alma: 
medita, por Dios, en calma 
las palabras que aquí van: 
y si odias esa clausura, 
que ser tu sepulcro debe, 
manda, que a todo se atreve 
por tu hermosura don Juan.»


domingo, 7 de abril de 2013

Don Juan Tenorio


¿Cuántos de vosotros habéis oído hablar de esta obra? Seguramente a muchos os la hicieron leer en el colegio o hayáis tenido la suerte de ver alguna representación de este clásico del teatro patrio. Yo, por desgracia, no he tenido esa suerte. Sin embargo todo español que se precie conoce al menos esa famosa frase que dice "No es verdad ángel de amor que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor." ¿Os suena? Yo a pesar de conocer la emblemática frase no tenía ni la más mínima idea de cómo acababa el discurso de Don Juan. Un día me pico la curiosidad y buscando en la red encontré una adaptación hecha por Televisión Española y protagonizada por Francisco Rabal y por Concha Velasco. La obra es magnífica, los diálogos exquisitos y en este caso, la interpretación es fantástica. Por este motivo me gustaría compartir aquí algunos extractos de esta obra, en mi opinión, maestra con la esperanza de que la Sociedad de Autores no me envíe una carta a lo largo de los próximos días exigiéndome la correspondiente tasa. En cualquier caso me arriesgo porque creo que la cultura y la belleza han de ser compartidas y conocidas por todos. Como son varios los extractos que merecen la pena publicaré varias entradas al respecto. 

Como sabréis, y sino ya os lo cuento yo, Don Juan Tenorio es un tarambana, sinvergüenza y descreído que se dedica a robar la virtud a las jóvenes y a dilapidar su fortuna en apuestas. Un día Don Juan y su amigo Luis Mejía se dan cita en una taberna para ver quién ha provocado más estragos y se ha metido en más líos a lo largo de un año. Obviamente Don Juan gana esta apuesta por lo que Mejía le propone un último trato: para ganar la apuesta Don Juan deberá conquistar a una monja. Como esto le parece poco a Tenorio este sube la apuesta comprometiéndose a hacerse también con la prometida de Mejía. Doña Inés, la joven con la que estaba destinado a casarse se encuentra recluida en un convento de clausura a la espera del enlace. Sin embargo su padre, tras escuchar y ser testigo de las malas artes de Don Juan decide romper su compromiso. Ante esta afrenta Don Juan decide vengarse y hacer de Doña Inés el objeto de su apuesta. Para conseguir su objetivo decide sobornar a la ama de Doña Inés, Brígida, que, todo hay que decirlo, es una mala pécora, para que predisponga a la joven para el cortejo. Cuando Brígida se reune con Don Juan para darle el parte acerca de sus tejemanejes éste se sorprende, tras oír sus palabras, enamorado de Inés. Este es el dialogo entre los dos.


BRÍGIDA.  Figuraos
si habré metido mal caos
en su cabeza, don Juan.
La hablé del amor, del mundo,
de la corte y los placeres,
de cuánto con las mujeres
erais pródigo y galán.
La dije que erais el hombre
por su padre destinado
para suyo: os he pintado
muerto por ella de amor,
desesperado por ella
y por ella perseguido,
y por ella decidido
a perder vida y honor.
En fin, mis dulces palabras,
al posarse en sus oídos,
sus deseos mal dormidos
arrastraron de sí en pos;
y allá dentro de su pecho
han inflamado una llama
de fuerza tal, que ya os ama
y no piensa más que en vos.

JUAN. Tan incentiva pintura
los sentidos me enajena,
y el alma ardiente me llena
de su insensata pasión.
Empezó por una apuesta,
siguió por un devaneo,
engendró luego un deseo,
y hoy me quema el corazón.
Poco es el centro de un claustro,
¡al mismo infierno bajara,
y a estocadas la arrancara
de los brazos de Satán!
¡Oh! Hermosa flor, cuyo cáliz
al rocío aún no se ha abierto,
a trasplantarte va al huerto
de sus amores don Juan.
¿Brígida?

BRÍGIDA.  Os estoy oyendo,
y me hacéis perder el tino:
yo os creía un libertino
sin alma y sin corazón.

JUAN. ¿Eso extrañas? ¿No está claro
que en un objeto tan noble
hay que interesarse doble
que en otros?

BRÍGIDA.  Tenéis razón.


jueves, 28 de marzo de 2013

Aquel río



Tú eres aquel río
que aparece y que se esconde,
no se sabe nunca donde
mecido por el antojo lunar.

Un misterio perpetuo
que nunca se esclarece
Y cuyo rugido enmudece
hasta al alma más locuaz.

Quien me hubiera dicho a mí
Que por los favores de Diana
Fuera al mismo río Guadiana
A lanzar mis redes al fin.

Bello paraje de ensueño
En el que las aguas serenas
Devienen de pronto molestas
Cuando mis pies sumerjo allí.

Más yo sé que estas aguas
Que parecen tan mezquinas
No son sino como espinas
En el tallo de una flor.

Una flor fragante y dulce
Cuyo aroma trae consigo
Cuan si fuera peregrino
A este humilde pescador.

Si es cierto que todos los ríos
Van siempre a dar al mar,
¿Seré yo acaso ese mar
al que tú vayas a parar?

Paloma de Grandes V.

martes, 26 de marzo de 2013

Tened compasión



- Tened compasión de este pobre corazón que os ama en silencio por no entorpecer vuestro vuelo. Poned fin a este tormento que mi mente nubla y que me desespera. No soy nigromante ni adivina. La callada para mí no es respuesta. Decidme pues si he de alargar esta terrible espera o dad muerte a este amor que consume mi alma y enloquece mi mente. Os lo ruego Rodrigo. Dejadme marchar si no pretendéis amarme más no deis por supuesto que el tiempo hablará por vos. Si alguna vez amor por mí sentisteis dejad que me libere de estos grilletes que lastiman mi piel. Yo prepararé mi atillo y me iré voluntariosa, pero para eso necesito que esas palabras, aunque hirientes, salgan de vuestra boca. Sólo así podré irme en paz.

- No os amo. Cierto es que os ame alguna vez pero aquello que sentí se ha desvanecido al igual que el madrugador rocío al mediodía. Vos habéis hecho que se seque el riachuelo que alguna vez hicisteis brotar en mí. Solo vos sois responsable de esa sequía. Os marchasteis y espere vuestra vuelta muchos años. Bebiendo, batiéndome, buscando calor en los brazos de otras mujeres para no hallar más que un gélido frío ya que ninguna erais vos. ¿Como osáis venir después de tantos años a turbar esta tranquilidad que me ha costado tanto construir? ¿A quebrantar este silencio? ¿A zarandear mi alma de esta maldita forma? Os fuisteis señora y tras jurarme amor eterno, disteis muerte a ese amor y os lanzasteis a los brazos del primer fulano que se cruzó en vuestro camino y que os dio mala vida y que, estoy seguro, nunca llegó a amaros como lo podría haber hecho yo. Puede que fuésemos dos mozuelos. Que ignorásemos cómo funcionaba eso del amor. Pero yo os amaba. ¡Vive Dios que os amé! Con una pasión desmedida y absurda que mi mente aún no alcanza a comprender. 

[ A parte ] ¿Qué me pasa? ¿Acaso es que ese amor no ha muerto aún? 



¿Por qué aparecéis precisamente ahora cuando creía haberos desterrado de mi mente?

- Es simple. Yo os sigo amando. Nadie ha habido como vos en mi vida. Éramos dos mozuelos. Es cierto. Y mi inexperiencia me hizo seguir consejos de personas que se jactaban de haber vivido más que yo y que me decían que nuestro amor era imposible. Y necia de mí hice caso de aquellas palabras que yo creía sabias para no darme cuenta sino con el tiempo que alejarme de vos fue el peor error que pude cometer.

- He de irme.

- ¿A dónde?

- No lo sé. A donde pueda huir de los recuerdos si eso es posible…

- No. No os vayáis os lo suplico.

- Luisa dejadme salir.

- Sé que sentís algo todavía. Mentís cuando decís que no me amáis.

- No es cierto. Ya no os amo.

- ¿Entonces por qué seguís aquí?

[ Rodrigo sale de escena ]

Paloma de Grandes V.