lunes, 5 de mayo de 2014

¿Qué es ser normal?



Lo normal es aquello que hace todo el mundo. Lo que ahora llaman “mainstream” para que nos entendamos. Cuando tienes 20 años lo normal es beber, salir, tener facebook y tener whatsapp en el móvil mientras que cuando uno se hace mayor lo normal es tener un piso en propiedad con su correspondiente hipoteca a 50 años vista, casarse y tener hijos, por citar algunos ejemplos. Si alguien nos dice que no tiene televisión en casa le miramos como un bicho raro. “¡Este sigue en la Edad Media!” pensaremos.

Resulta curioso cómo nos debatimos constantemente entre el ser normales y ser “anormales”. Todos queremos ser aceptados por los demás pero al mismo tiempo queremos marcar la diferencia, ser memorables. Que un día nos vayamos de un sitio y la gente diga “Es que sin ti no es lo mismo”. En definitiva, sentirnos únicos e irrepetibles.

Otra cosa bien distinta es querer destacar a toda costa. Porque no hay nada que esté más de moda que ir contra la moda. El ser un rebelde sin causa a lo James Dean. Eso de decir por sistema que no a todo porque eso de ser normal está mal visto. En suma, ser normal equivale a ser un mediocre. Lo peor es que como está tan de voga ser diferente o “alternativo”, al final uno acaba cayendo en aquello de lo que intentaba huir, es decir, se convierte en una contradicción con patas, en un castillo de naipes que con un solo soplo se viene abajo.

Está bien cuestionarse las cosas que se dan por sentadas y rebatir las expectativas que los demás tienen con respecto a nosotros pero de ahí a ponerse un traje hecho con filetes de carne como Lady Gaga o presentarse en la Sorbona montado en un deportivo lleno de coles como hizo Dalí hay un trecho. ¿Es diferente? Sí ¿Estrafalareo? También. ¿Innovador y osado? Yo lo llamaría más bien “afán de protagonismo y carencia afectiva seria” pero para eso están los psicólogos. Yo no soy más que una terapeuta de café con leche, o gin tonic, según sea de grave el asunto. Muy mainstream lo del gin tonic, aunque a mí eso de ponerle una raja de pepino a una copa me siga pareciendo raro, pero raro malo.

Por otra parte consideramos normal aquello a lo que estamos acostumbrados. Aquello que nos resulta familiar, bien porque lo hemos visto en nuestras casas, en nuestro grupo de amigos o en la tele. Lo normal se convierte entonces en algo muy subjetivo puesto que nosotros somos la vara de medir. Nosotros nos consideramos normales. Siempre son los demás los que son extraños o raros. Quizás sea porque si hay algo que conocemos bien (o deberíamos) es a nosotros mismos, mientras que la gente que se cruza en nuestro camino es una constante incógnita. Por ello cuando pensamos o exclamamos al conocer a alguien “¡por fin alguien normal!” lo que realmente queremos decir es “por fin encuentro a alguien como yo” con los mismos gustos, opiniones, costumbres o valores. Porque ¿para qué negarlo? todos nos buscamos en los demás o, cuando menos, un reflejo de lo que somos. Todos buscamos que nos comprendan y que no se esté poniendo constantemente en duda y cuestionando nuestra manera de obrar, lo que decimos o lo que pensamos. A veces es un gusto no tener que explicar nada cuando a nuestro interlocutor las cosas de las que hablamos le son tan propias que las palabras sobran.  

No obstante, si hay que ser raro, que sea por convicción y no por dar la nota. Hay gente a la que no le importa lo que digan de ellas mientras hablen de ellas. Yo personalmente prefiero que hablen bien de mí y prefiero pensar también que los que hablan mal de mi persona lo hacen por ignorancia. Porque no saben por qué soy como soy, bien sea por dejadez o por prejuicio. Porque no se han tomado el trabajo de conocerme o simplemente porque no son capaces de entender mi proceder ya que para ellos el suyo es el único válido. Esa gente que siempre tiene la razón y que nunca se equivoca. Oráculos de Delfos que ven todo en blanco o negro. Sin matices y sin escala de grises. Como esa gente que dice que cree en la libertad de expresión y luego te recrimina que no pienses igual que ellos. Gente que en lugar de decir como Churchill “No me gusta lo que dice pero daría la vida porque siguiese diciéndolo” empuñarían la pistola sin pensárselo dos veces.

La rareza puede ser entrañable sin duda, pero solo cuando es auténtica y no fingida, cuando es tolerante y cortés. Que otros hayan hecho lo mismo que nosotros antes no nos desacredita, al igual que ser revolucionarios no nos asegura ser admirables cuando la causa se limita a la satisfacción del ego y a creer que “yo soy mejor porque soy distinto”. Hay gente que no necesita vivir grandes epopeyas ni ser portada de revista para estar satisfecho con su existencia. Gente que se limita a vivir una vida tranquila, predecible, quizá aburrida para algunos, en la que encuentra el sosiego mientras que otros necesitan el movimiento constante y experimentar la emoción de lo desconocido. Como se suele decir “hay gente pa’ to’”, y eso es bueno. Si todos fuésemos idénticos qué aburrimiento sería. Además, y como suele ocurrir siempre, la belleza y la fealdad de las cosas y de las personas está en los ojos de quien mira y juzga.

Admitámoslo. Todos somos raros, para bien o para mal. Todos tenemos nuestros traumas, nuestros miedos, nuestras frustraciones y nuestras manías porque, a fin de cuentas, somos el resultado de una vida que hemos elegido y se nos ha impuesto a partes iguales.  

Paloma de Grandes V.