domingo, 3 de abril de 2016

Expectativas




Muy bien. Hoy toca hacer examen de consciencia. Mujeres del mundo, a vosotras me dirijo. Sí, a vosotras. Porque solemos ser nosotras las que pecamos de lo que sigue. Los hombres no os retiréis tan pronto. Puede que esto también os interese…



Muchas de nosotras, sobretodo las que estamos solteras, tenemos la esperanza de encontrar el amor. Con mayúsculas, negrita, itálica y subrayado. A un caballero de brillante armadura a lomos de un blanco rocín que al vernos asomadas al balcón caiga rendido a nuestros pies, que con la primera palabra que salga de nuestra boca se vuelva loco de amor. *Suspiro* Todas tenemos esa fantasía, especialmente las mujeres de mi generación. No sé si será por todas las películas de Disney que nos hicieron ver de pequeñas. El caso es que todas, salvo alguna contada y admirable excepción, hemos imaginado ese amor quasi metafísico, a ese hombre con cualidades de semi dios que entra en nuestra vida y lo cambia todo de un plumazo. Pero (siempre tiene que haberlo) las expectativas que tenemos en la mayoría de los casos suelen ser desmesuradas y por tanto, irremediablemente llevan a la frustración y al desencanto.



Todas las relaciones, tanto de amistad como de amor deben construirse sobre la confianza, y la confianza es algo que se crea con el tiempo al igual que los afectos. Cuando conocemos a alguien por primera vez aunque nos caiga muy bien no le damos las llaves de nuestra casa, ni le contamos aquella etapa tan oscura de nuestra vida en la que lo pasamos fatal, ni dejamos que nos achuchen ni nos soben. Aunque haya por ahí algún que otro exhibicionista emocional que te cuente, por ejemplo, que su padre le abandonó de pequeño cuando lleváis cinco minutos hablando. Eh… vale… Esas cosas son innecesarias e incómodas. Sobretodo cuando alguien no nos conoce lo suficiente ni nos tiene la suficiente estima para entenderlas o siquiera intentarlo. Además de que la cara de poker de nuestro interlocutor puede ser épica. Hay que respetar los tiempos, los propios por supervivencia y los ajenos por decencia. A veces nos falta un poco de saber estar emocional olvidando como decía Santa Teresa de Jesús que “Cada momento tiene su afán”. Sin embargo, si esto parece tan evidente en lo que a la amistad se refiere ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo en las relaciones amorosas? ¿Acaso no deberían ser nuestros novios nuestros mejores amigos?



Los sentimientos, al igual que las plantas, necesitan tiempo para florecer. Las habichuelas mágicas, que nada más meterlas en la tierra brotan, sólo existen en los cuentos. Si alguien te dice lo contrario, que nada más mediar palabra contigo le ha quedado claro que eras la madre de sus hijos, huye como de la peste porque o te quiere para lo que te quiere o tiene un problema y de los gordos. Y aquí hay que entonar el mea culpa, chicas. No siempre van a ser los hombres los malos. Aplausos del público masculino. Como si los oyera.



Nos ilusionamos demasiado rápido cuando alguien parece responder a ese ideal personal que tenemos todas en la cabeza y esto se debe a que nos enamoramos de la lista de requisitos objetivos, no de la persona. Del potencial que ella representa y no de Pepe, Juan o como se llame el susodicho en cuestión. Y claro, unas expectativas tan altas hacen que cualquier cosa, cualquier gesto, palabra o la ausencia de los mismos supongan una pequeña decepción y fuente de cabreo. No quiero decir con esto que no haya capullos. Los hay y muchos. Que tampoco es todo culpa de nosotras.



Vivimos en una sociedad que te invita (cuando no te hace sentirte culpable o defectuoso por no querer hacerlo) a consumir sin fin: ropa nueva cada temporada, móvil de última generación cada dos años, ordenador cada tres y coche cada cinco... Y por desgracia, esta mentalidad se ha llevado también al terreno amoroso porque ¿quién va a querer una sola cosa cuando hay tanta oferta, tanto que ver, tanto que experimentar? Cada vez quedamos menos, me temo. El hombre se ha convertido en un bien de consumo más y al tratar a los demás como objetos nos estamos deshumanizando poco a poco. Es entonces cuando el cazador es presa de la frivolidad y el cazado, de la ingenuidad. Aquí que cada cual se meta en el respectivo saco. Tanto Facebook y tanto whatsapp para al final estar cada vez más lejos los unos de los otros.



Para quererse profundamente primero hay que conocerse profundamente. ¿Cuantas veces nos han hablado maravillas de un restaurante y cuando hemos ido nos ha parecido normalito tirando a malo? La cosa no es que el restaurante fuera malo, es que tus expectativas eran muy altas. Lo mismo pasa en temas de amores. Cuando las expectativas son muy altas aparecen los problemas. Todo te parece poco.



Cuando nos enamoramos por primera vez las cosas suelen pasar y evolucionar de forma natural. Precisamente porque no sabemos cómo va el asunto. No hay expectativas de ningún tipo. Y, como suele ocurrir a una edad temprana, el matrimonio ni entra en la ecuación. Pero claro, a uno le rompen el corazón por primera vez y amigo, la cosa cambia. A medida que uno vive y muere y vuelve a revivir tras cada ruptura las cosas ya no son tan sencillas. Tenemos más claro no tanto lo que queremos sino lo que no queremos. Tenemos miedo a que nos hagan daño otra vez y, en un momento dado, la sociedad y los años te recriminan no estar trayendo niños al mundo como churros y no llevar una alianza de oro en el dedo anular.



Con tanto bagaje interno y presión externa es difícil relajarse. Empezamos a musitar "el próximo es el definitivo". Entonces llega Arturo, o quien sea, que te dice dos piropos y parece reunir todos los requisitos de tu lista y, sin darle si quiera tiempo de demostrar que efectivamente (o no) es un chico estupendo, te encuentras poniendo todos los huevos en una cesta y pensando en los nombres de vuestros futuros churumbeles. Volviendo al símil agrícola, plantas la semilla y te pasas el día regando el tiesto y mirando cada cinco minutos a ver si el brote ha asomado ya sin darte cuenta de que con tanta agua la semilla se ahoga y muere en la tierra. Esa presión autoinflingida y que además condiciona nuestra forma de comportarnos con el Arturo de turno no es necesaria y acaba por enturbiarlo todo.



Quizás debiéramos recuperar aquello que en algún momento perdimos. Aquella capacidad de dejarnos sorprender sin esperar nada a cambio. Acercarnos a los demás de una forma desinteresada, como si nunca nos hubieran herido o defraudado, al igual que no dejamos de hacer amigos porque uno nos la haya jugado o nos saliera rana. Dejar de quemar etapas y disfrutar más del aquí y ahora, dejando que las cosas sean lo que tengan que ser, para bien o para mal, sin forzarlas. Quizás antes que un novio debiéramos buscar un amigo, y luego que sea lo que Dios quiera.

Paloma de Grandes V.

Acabamos con una pequeña nota musical del repertorio patrio que viene muy al caso. Enjoy! :)