domingo, 12 de febrero de 2017

Con un pie en el estribo


No quiero ser ni hurí, ni mártir. Me niego a ser un recuerdo fugitivo o una camisa de las que sólo se lucen en fiestas de guardar. Rehúso ser atrezo de una obra que no es la mía. Rechazo comer las sobras de a quién se le sirve el plato lleno. No quiero ser sólo aguardiente para olvidar tragos amargos, ni que en la alegría me olvides en un rincón de la alacena. 

Reniego de esta amistad, que de amistad tiene poco más que el nombre. Y como no acepto las condiciones de tu contrato leonino, me marcho en silencio, sin hacer mucho ruido, para que al menos de esta forma no sientas que yo ya me he ido. Para que, si alguna vez me quisiste, te sea más fácil lidiar con mi ausencia y mi olvido. Un olvido forzoso. Una elección entre el diablo y este gran mar azul, al que pensé que algún día tus aguas vendrían a dar. 

Hoy decido morir de vieja antes que morir matando. Elijo el ayuno al hambre a la que tus actos me condenan. Entre una guerra sin objeto ni fin y una paz serena y muda. Esta ya no es mi guerra. La tuya ya no es mi patria. Este corazón ya no espera. Este corazón abandona esta batalla. 

No te apures, me despido. Tomo las riendas de mi montura, ahora sí, con mano firme y, enganchando el pie al estribo, sólo me queda decir: "Adiós, mi vida, adiós. Aquí se separan nuestros caminos".

Paloma de Grandes V. 

¿Quién no tiene el valor para marcharse?

domingo, 5 de febrero de 2017

Manual de un "Snob" (Parte III)




Llegamos al final de nuestra serie sobre las buenas maneras: aquellos pequeños detalles que distinguen al truhán del señor, a una persona educada de la que no lo es, se tenga o no apellido compuesto. Repito, la educación no tiene nada que ver con el dinero ni con la posición que se tenga sino que, como dijo Goethe: “es el espejo en el que un hombre muestra su verdadero carácter”. Seguimos, pues, donde lo dejamos:

23.   El hombre paga. Bien, ya sé que esto es muy machista y quizás un poco antiguo, pero a los hombres que me leáis, atentos. No hay cosa peor en el mundo que una persona rata, sea hombre o mujer, porque si con su dinero es egoísta con lo demás, ya ni te cuento. Si se va en grupo, que cada palo aguante su vela. Se paga a escote y fuera. A menos que te quieras estirar y decidas invitar a los demás. En este caso, estoy hablando de citas. Si sólo sóis amigos, esta regla, evidentemente, no se aplica. Pongamos un ejemplo práctico: A chico le gusta chica. Chico pide cita a chica. Chica acepta la invitación. En España, eso de pedir una cita no se hace de forma explícita pero, normalmente, ambas partes saben o deberían saber a lo que van, sobre todo si quedan a solas a cenar, que es una cosa más formal. Chica y chico cenan y se lo pasan fenomenal. Hasta aquí, todo perfecto.  Terminan de cenar y llega la cuenta. Chan chan chan chaaaaaan (música de órgano). Ese es el momento en el que se decide una cosa muy importante: aquí el hombre demuestra cuáles son sus intenciones para con la chica en cuestión.

Si me invitas a cenar entiendo que quieres tener un detalle conmigo, luego que te intereso y por consiguiente que esperas que pase algo. Sin embargo, esto no quiere decir que haya que devolver la invitación en especie, ni que se esté obligado a hacer nada que no se quiera. Chicas, no deis nunca por supuesto que él va a pagar, nunca se sabe y algunas veces, si os despistáis, acabaréis pagando vosotras toda la cena. Chicos, ya sé que las cosas han cambiado. No os pedimos que nos llevéis al Ritz ni nada por el estilo. Si vuestra cuenta bancaria no está para tirar cohetes, elegís un sitio más modesto o nos invitáis a tomar un café y ya está. No hagáis que vuestra cita saque la cartera. Si es educada, lo hará, pero no debería dársele ni la oportunidad. No os hagáis los remolones tampoco. O invitáis o no lo hacéis pero no vaciléis porque queda fatal. Tranquilos, que esto no dura para siempre. Si la cosa va bien, ya habrá tiempo para compartir gastos. No hagáis como el ligue de una amiga mía que se la llevó al Mac Donalds y pidió que se les cobrara por separado cuando ella había pedido dos hamburguesas de un euro. Si me estás leyendo, eres un cutre. Fin.

No se trata de que no podamos pagar ni de que necesitemos que nos mantengan. Es pura y mera cortesía, al igual que abrirle la puerta o retirarle la silla. Ella puede abrirla sola. No se trata de eso. Al fin y al cabo, si quedas con ella será porque te interesa. Querrás que se lleve una buena impresión de ti; no que te vea como un tacaño egoísta que es incapaz de invitarla a un café. Tú decides.

Ahora, si ella es una feminista acérrima, olvida todo esto y deja que ella se pague lo suyo, por tu propio bien. Sino prepárate para recibir un simposio sobre Florence Nightingale o un speech acerca de las maldades de la sociedad patriarcal y la sumisión del sexo femenino por parte de los malvados hombres. Que conste que yo os avisé.

24.   ¡Arriba! Cuando llega alguien nuevo, si estás sentado, te levantas y saludas con dos besos o como quiera que se salude en el país en el que estés. No esperas como un rey a que vengan a mostrarte pleitesía. Saludas y te vuelves a sentar.

25.   SOS. Si te invitan a una casa y esa persona no tiene servicio, cuando acabe la comida uno se levanta y ayuda a recoger. Le pregunta al anfitrión si necesita ayuda para fregar y por lo menos se le ayuda a llevar los platos a la cocina. El pobre ya ha trabajado bastante como para que le dejemos la mesa empantanada. Si dice que no es necesario, se vuelve a insistir y si aún así no quiere y dice que ya lo hará luego, se le ayuda a llevar las cosas a la cocina. Tampoco hace falta que se levante toda la mesa. Con dos o tres personas que se levanten es más que suficiente pero si queda algo por hacer o llevar, te levantas y lo haces. Nada de quedarte sentado esperando que te sirvan como a un pachá. Y esto sí que es básico y demuestra de la pasta que está hecho cada uno. Que hay gente que no se levanta ni aunque se lo pidan.

26.   Como Pedro por su casa. Como todos sabemos, hay cosas que uno hace en la intimidad de su hogar que no haría o no debe hacer en público. En tu casa haz lo que te dé la gana, que para eso es tu casa, siempre y cuando estés solo, en familia o en confianza (muucha confianza). Si te invitan a una casa, ni pones los pies sobre la mesa, ni te descalzas a menos que el anfitrión lo haga y preguntando siempre, ni rebuscas y empiezas a cotillear cajones, armarios o neveras, por poner algún ejemplo. Por si no ha quedado claro ESA NO ES TU CASA por mucho que te digan que te sientas como si lo fuera. 

27.   Temas de conversación a evitar (en la mesa o en cualquier ámbito) Esta no es una norma de educación sino una medida de protección. Estos temas son -redoble por favor- la religión y la política. Esto es así por una sencilla razón: la gente ordena su vida de acuerdo con estas convicciones. Si tú las atacas lo más probable es que tu interlocutor se ponga a la defensiva y devuelva el ataque. Aquí es donde la cosa se puede poner muy fea, y lo digo porque a mí me han llegado a mentar al padre sin motivo alguno. Si algo he aprendido a lo largo de estos 28 años es lo siguiente: un rastafari puede ser conservador y un niño pijo de Salamanca puede ser populista. En este mundo nada es lo que parece. Por lo tanto, si no sabemos de qué pie cojea el otro, lo mejor es ser prudente y comedido. Si se está entre amigos es distinto pero aún así, tened cuidado. Si os gusta discutir, meteos en ese jardín pero no vayáis criticando a tal o cual partido como lo haríais en vuestra casa. Podéis llevaros un buen disgusto. Lo mismo ocurre con poner verde a la gente. El mundo es muy pero que muy pequeño. Imaginaos que Pepito te parece un soberano cretino. Se lo cuentas a tu amigo pero no vas por ahí poniéndole a caer de un burro para que luego alguno te diga "es mi primo". Evitad este tipo de situaciones como sea.

Otro tema a evitar es el sexo. Bien, con respecto a esto hay mucha gente que necesita contarle a todo el mundo qué hace y con quién y lo cierto es que… a nadie le importa. Lo que hagas en la intimidad es asunto tuyo y de la persona con quien compartas la cama. No es necesario entrar a narrar con pelos y señales lo que hiciste la noche anterior con Fulanito o Menganita, (¡y menos durante la comida!) que seguro que a más de uno se le atragantan las lentejas. 

28.   La Santa Inquisición. Quizás la norma más importante de todas. No afearle nunca la conducta a nadie si no cumple alguna de las normas anteriores y menos en público. Lo que reflejáis es una falta de tacto y de compasión pasmosa. Si no lo sabe, lo más probable sea que nadie se lo haya enseñado o que no sepa hacerlo mejor. Una cosa es leer un artículo que habla en genérico en la tranquilidad de tu hogar siendo tú tu propio juez y otra cosa es que te señalen con el dedo como si fueras un leproso. Salvo al del MacDonalds. Ese sí que merece escarnio público. Ni eres la madre de nadie ni eres Tomás de Torquemada. Además si tú cometieras un error te gustaría que los demás fueran comprensivos contigo. Pues aplícate el cuento. ¡Un poco de delicadeza, por el amor de Dios! 

Si habéis caído en alguno de estos errores, tranquilos. Si no lo sabías, ahora lo sabéis, y si lo sabíais, bien por vosotros. Quien tiene boca se equivoca. Nadie nace sabiendo. Además, hay que tener en cuenta que la educación, al ser un fenómeno cultural, varía en ciertas cosas según el país en el que uno se encuentre. En estos casos, es mejor fijarse en lo que hacen los locales e ir con la corriente. Lo importante es estar dispuesto a aprender y a mejorar. Hacer las cosas bien no cuesta nada y puede abrirnos muchas puertas, muchas más de las que nos imaginamos.

No es una cuestión de rigidez o de clasismo. Las buenas formas o, más bien, el no tenerlas envían dos mensajes muy claros a quienes comparten la mesa con nosotros. En primer lugar, que no nos importa la opinión que nuestra persona les merezca. Si es así, ¡adelante! ¡chupa el cuchillo! En segundo lugar que, aunque nos importe, no nos va a poder llevar a determinados lugares o a conocer a determinada gente porque haríamos el ridículo y les dejaríamos en mal lugar. Lo normal es que queramos que nuestros amigos, novios o jefes quieran llevarnos a todas partes y presentarnos a todos sus conocidos, socios y amigos; no que nos escondan por vergüenza ni vernos limitados exclusivamente a determinados ambientes. La gente y la vida ya te van a poner bastantes obstáculos, ¿para qué te vas a tirar tú piedras a tu propio tejado por gusto? Como decía Confucio: “Donde hay educación, no hay distinción de clases”.

El objetivo de estas normas es, a fin de cuentas, que la otra persona se sienta cómoda en  nuestra compañía. Si nos quitamos un paluego, el otro no sabe a dónde mirar. Si chupáis un cuchillo, deseará no haber quedado con vosotros, y ya si eructáis o cualquier otra cosa peor, lo más probable es que salga corriendo. Ser un caballero o una señorita no tiene nada que ver con tu status ni con si has ido a un colegio de pago. Puedes ser más pobre que una rata y tener una educación exquisita, al igual que puedes tener cinco títulos nobiliarios y ser un grosero.

Para concluir sólo diré que, independientemente de todo lo anterior, las formas no sirven de nada si no van acompañadas de un fondo. La mujer del César debe no sólo ser virtuosa sino parecerlo, pero tiene que ser virtuosa. Hay mucha gente que va a misa y que luego le es infiel a su mujer, maltrata a sus empleados o compañeros y da patadas a su perro. Cumplen con la liturgia, sí, pero no llevan esa compasión que demuestran al darse de golpes en el pecho a su vida diaria. Lo que quiero decir con esto es, que no basta con parecer gente de bien, también hay que serlo, porque si algo es de verdad imperdonable en esta vida es no ser una buena persona.

Paloma de Grandes V.