miércoles, 7 de octubre de 2015

Somos todos Don Quijotes




Somos todos Don Quijotes a quienes las circunstancias se empeñan en sumir en la locura. Así nos colocamos el casco y el peto creyendo ser caballeros y echamos a andar por el mundo sin rumbo alguno, tropezando con gentes de toda clase y condición sin entender muy bien el por qué de estos encuentros.

Todo en esta vida pasa por una razón. Aunque en el momento no sepamos comprender el por qué. Las cosas no ocurren por mera casualidad. Cuando alguien se cruza en nuestro camino es por algo. Para que nos amen o nos hieran. Dos almas no se encuentran si no hay un motivo. Tiene que ser todo parte de un gran plan.

Hay quienes lo llaman Dios, destino, karma... El nombre, a fin de cuentas, es lo que menos importa. Pero hay algo ahí. Como una fuerza insondable que nos empuja hacia los demás. Hay algo que nos conduce los unos a los otros de forma inconsciente e inexorable, que hace que nos encontremos en el lugar preciso y en el momento exacto. Como una especie de imán invisible. Como si una cuerda nos atara los unos a los otros. Como un ovillo que sin saberlo vamos siguiendo a tientas y que nos lleva a los demás.

Y un día, como por arte de magia, el puzzle se completa. Las piezas que antes no pegaban van encajando. Las que estaban pérdidas aparecen. Entonces comenzamos a tener una imagen más clara del por qué de las cosas, de por qué pasó lo que pasó y de la forma en que pasó. Por qué una mula antaño nos pareció un rocín cuando le faltaba casta y altura. Por qué hubo veces que el dolor fue tan punzante, la dicha tan breve y la voluntad tan voluble. Por qué luchamos contra molinos creyendo que eran gigantes. Por qué quien prometió alguna vez quedarse por siempre se fue para no volver nunca. Por qué quien sólo estaba de paso se instaló, por suerte, sin intención alguna de marcharse convirtiéndose sin comerlo ni beberlo en nuestro fiel Sancho. Por qué algunos te quieros caducaron y algunos silencios gritaban a voces. Por qué yo soy yo y no otro. Moldeado como la arcilla entre mil manos y tiempos diversos.

Entonces... una paz absoluta. La paz de entender por fin la razón de ser de las cosas y un suspiro de agradecimiento por lo vivido y sufrido, que tienden muchas veces a ser una sola cosa.

La vida no es justa o injusta. Simplemente es. Procuremos por ello no quejarnos cuando nos aceche el desánimo o la tristeza. En su lugar, miremos al futuro confiados y pensemos: "Algún día lo comprenderé todo y cuando llegue ese día seré completamente dichoso." Sea pues lo que haya de ser y bienvenido sea siempre pues todo, por suerte y no por desgracia, está ya escrito. Ojalá nuestras vidas sean las novelas que inspiren quizás a algún loco a vender su hacienda y buscar a su Dulcinea al final de todos los caminos.

Paloma de Grandes V. 

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