jueves, 28 de marzo de 2013

Aquel río



Tú eres aquel río
que aparece y que se esconde,
no se sabe nunca donde
mecido por el antojo lunar.

Un misterio perpetuo
que nunca se esclarece
Y cuyo rugido enmudece
hasta al alma más locuaz.

Quien me hubiera dicho a mí
Que por los favores de Diana
Fuera al mismo río Guadiana
A lanzar mis redes al fin.

Bello paraje de ensueño
En el que las aguas serenas
Devienen de pronto molestas
Cuando mis pies sumerjo allí.

Más yo sé que estas aguas
Que parecen tan mezquinas
No son sino como espinas
En el tallo de una flor.

Una flor fragante y dulce
Cuyo aroma trae consigo
Cuan si fuera peregrino
A este humilde pescador.

Si es cierto que todos los ríos
Van siempre a dar al mar,
¿Seré yo acaso ese mar
al que tú vayas a parar?

Paloma de Grandes V.

martes, 26 de marzo de 2013

Tened compasión



- Tened compasión de este pobre corazón que os ama en silencio por no entorpecer vuestro vuelo. Poned fin a este tormento que mi mente nubla y que me desespera. No soy nigromante ni adivina. La callada para mí no es respuesta. Decidme pues si he de alargar esta terrible espera o dad muerte a este amor que consume mi alma y enloquece mi mente. Os lo ruego Rodrigo. Dejadme marchar si no pretendéis amarme más no deis por supuesto que el tiempo hablará por vos. Si alguna vez amor por mí sentisteis dejad que me libere de estos grilletes que lastiman mi piel. Yo prepararé mi atillo y me iré voluntariosa, pero para eso necesito que esas palabras, aunque hirientes, salgan de vuestra boca. Sólo así podré irme en paz.

- No os amo. Cierto es que os ame alguna vez pero aquello que sentí se ha desvanecido al igual que el madrugador rocío al mediodía. Vos habéis hecho que se seque el riachuelo que alguna vez hicisteis brotar en mí. Solo vos sois responsable de esa sequía. Os marchasteis y espere vuestra vuelta muchos años. Bebiendo, batiéndome, buscando calor en los brazos de otras mujeres para no hallar más que un gélido frío ya que ninguna erais vos. ¿Como osáis venir después de tantos años a turbar esta tranquilidad que me ha costado tanto construir? ¿A quebrantar este silencio? ¿A zarandear mi alma de esta maldita forma? Os fuisteis señora y tras jurarme amor eterno, disteis muerte a ese amor y os lanzasteis a los brazos del primer fulano que se cruzó en vuestro camino y que os dio mala vida y que, estoy seguro, nunca llegó a amaros como lo podría haber hecho yo. Puede que fuésemos dos mozuelos. Que ignorásemos cómo funcionaba eso del amor. Pero yo os amaba. ¡Vive Dios que os amé! Con una pasión desmedida y absurda que mi mente aún no alcanza a comprender. 

[ A parte ] ¿Qué me pasa? ¿Acaso es que ese amor no ha muerto aún? 



¿Por qué aparecéis precisamente ahora cuando creía haberos desterrado de mi mente?

- Es simple. Yo os sigo amando. Nadie ha habido como vos en mi vida. Éramos dos mozuelos. Es cierto. Y mi inexperiencia me hizo seguir consejos de personas que se jactaban de haber vivido más que yo y que me decían que nuestro amor era imposible. Y necia de mí hice caso de aquellas palabras que yo creía sabias para no darme cuenta sino con el tiempo que alejarme de vos fue el peor error que pude cometer.

- He de irme.

- ¿A dónde?

- No lo sé. A donde pueda huir de los recuerdos si eso es posible…

- No. No os vayáis os lo suplico.

- Luisa dejadme salir.

- Sé que sentís algo todavía. Mentís cuando decís que no me amáis.

- No es cierto. Ya no os amo.

- ¿Entonces por qué seguís aquí?

[ Rodrigo sale de escena ]

Paloma de Grandes V.

lunes, 25 de marzo de 2013

La Rosa de Versailles


Fue la escena en un baile de Versalles,
los nobles de la corte disfrutaban
la suprema caricia del ambiente,
de oro, de luz, de ritmo y de fragancias
que ofrecía la fiesta y esplendor de galas.
Ilusiones, amores y deseos
como invisibles átomos flotaban.
Un grupo de servibles cortesanos
en torno al rey solícitos giraban,
como gira un satélite buscando
luz en los astros para reflejarla.

No lejos veíase un hidalgo
de buen aspecto, de gentiles trazas,
ataviado a la clásica manera
de un noble de la corte castellana.
Era su gesto altivo y su persona
de fina distinción, pero su talla,
no quiso Dios que fuese desmedida,
y resultó pequeña y desmedrada.

Quizá por divertir al soberano,
un caballero de los que allí estaban,
comentó con donaire de mal gusto,
la estatura, en verdad harto menguada
del hidalgo español y, deseando
de su ingenio ante todos hacer gala,
se puso a contemplar una rosa colorada
en medio de otras flores que tejían
sobre un viejo tapiz una guirnalda,
y después, con gesto de ironía,
se volvió al español y en son de chanza,
le dijo así: “Mirad aquella rosa;
si pudiera, con gusto la cortara
para obsequiar a la mujer más linda
de cuantas hoy en el palacio se hallan:
pero como el adorno está muy alto,
ni vos ni yo podemos alcanzarla”.

Comprendió el castellano la indirecta,
y mirando al francés con mucha calma,
desenvainó el acero, y con la punta
de su limpia tizona toledana,
cortó la rosa y, con respeto luego,
poniéndose delante de la dama
le dijo: “permitidme que os ofrezca
esta linda flor que, por estar muy alta,
creyeron que jamás alcanzaría,
sin pensar que los hombres de mi raza,
llegan a lo más alto cuando quieren,
porque aprendieron todos en España
que donde no se llega con la mano,
se llega con la punta de la espada.

                                                Gregory Chavarri

                                           

Los Suspiros de Luisa



- Hace tiempo que os observo señora. Os pasáis los días sentada en el alfeizar de vuestra ventana suspirando. Lo que diera yo por saber quién es el objeto de vuestros suspiros. He de reconocer que muchas veces incluso siento celos.

- No temáis. El amor por el que suspiro es un amor imposible…

- ¿Acaso os habéis enamorado de un tendero o de un criado y vuestra condición os impide disfrutar de tal pasión?

- Ojalá se tratase de un menester semejante. No señor. Aquello por lo que yo suspiro no es de este mundo.

- ¿Cómo es eso?

- El amor, querido amigo, es una ilusión. Yo creí conocerlo una vez. Creí rozarlo con los dedos. Ingenua de mí, pensé que aquello que me embargaba en ningún caso me abandonaría y que como el Reino de Dios no tendría fin. Sin embargo a mi dicha el fin llegó sin que pudiese yo preverlo o evitarlo.

- Señora, no ganáis nada lamentándoos por la pérdida de un amor fallido. Sois joven y hermosa además de culta y sensible… Dudo que os falten admiradores entre los que, por supuesto, me incluyo.

- Mi querido amigo, os equivocáis si creéis que me lamento por un amor desgraciado. Mi pesar se debe a lo que aquel fracaso me hizo ver y que el tiempo se ha encargado de corroborar.

- ¿Y qué es aquello que os hace perder la mirada a través del cristal y que aflige vuestro corazón?

- Es simple Ramiro. ¿Cómo puede esperarse que un hombre, ser mortal e imperfecto, pueda amar sin medida y de manera incondicional? El amor que yo quiero no pasa por peajes carnales. No requiere de aditivos ni de adornos. Se basa en sí mismo para nacer y crecer. De la admiración y embelese del espíritu para hacerse carne. Es un amor sincero y puro como las amapolas que humildes crecen entre las espigas de trigo transformando los campos en capas de armiño dignas de reyes y emperadores. Embriagador como el aroma del jazmín en las calurosas noches de verano. Como la primera luz que se cuela entre los visillos al alba. Un amor que transciende lo terrenal y que hace creer al más incrédulo que nada en el mundo tiene vida propia sin su presencia y que me haga creer que toda mi vida no fue más que un mero ensayo antes de que este penetrase en ella. El amor que yo espero, el amor que yo anhelo no existe.

- Vamos, vamos. No seáis tan dramática. Tanto vos como yo hemos sido testigos de la pasión juvenil durante nuestros paseos por la Alameda. Los jóvenes de hoy no se molestan en fingir siquiera y sin pudor ni recato se besan a plena luz del día y en plena calle para escándalo de las ancianas que son menos comprensivas que nosotros con el ímpetu que en ellos despierta el amor. No desesperéis. Aquello que tanto anheláis lo encontraréis. Y quizá antes de lo que esperáis.

- Puede que tengáis razón pero el amor se está retrasando en exceso y yo estoy cansada. Cansada de esperar algo que no acaba de llegar. Sólo hay una cosa que me aterra y es haber olvidado en este tiempo como se ama.

- Ja, ja, ja. Querida amiga, el amor es como montar a caballo. Nunca se olvida. No tenéis que preocuparos. Si conozco a alguien capaz de amar, esa sois vos.    

Paloma de Grandes V.