miércoles, 18 de julio de 2012

¿Por qué me teméis Luisa?



- ¿Por qué me teméis Luisa? 

- Os temo Señor porque hacéis que me tema a mí misma. Os rehúyo porque os quiero cerca. Pienso en vos para no pensar en vos. Mas todo es vano ya, pues a mi puerta llama insistentemente vuestro recuerdo y yo no tengo fuerzas para mantenerla cerrada. Las cosas claman vuestro nombre y los días reclaman vuestra presencia. Qué triste pensamiento es el de saberse correspondido y deber callar. Y hablo procurando callar aquello que quiero decir. Solo os pido que no me améis si no podéis y que si queréis os apresuréis en hacerlo, pues si a otra mujer amáis no tenéis más que decirlo para que os destierre de mi pensamiento. Más sé, y no me engaño, que los hombres sois cobardes y que no daréis un paso hasta que las circunstancias os fuercen a ello. Os amo en la ignorancia, os amo imprudentemente, pero antes de compartir con nadie vuestro querer prefiero el silencio del hogar pues aunque os ame, me amo más a mí misma. No intentéis hallar sentido a mi discurso. Yo misma lo desconozco. No busquéis lógica en este cantar pues el amor desconoce tal concepto…     

Paloma de Grandes V.

jueves, 5 de julio de 2012

Campeones de Europa



Lo han vuelto a hacer. La Selección ha ganado un nuevo título añadiendo otro trofeo a nuestro haber. Ha conseguido lo imposible, y no me refiero a ganar dos Eurocopas y un mundial seguidos, sino a levantar la moral de un país deprimido y zarandeado por una crisis que parece no tener fin. 

Todos los días nos despertamos con una nueva y horripilante subida de nuestra parienta de riesgo. La semana pasada los rumores de rescate copaban los titulares de prensa y los telediarios. La tasa de paro batía su récord histórico. Parecía que todo eran desgracias y que el país estaba al borde del abismo. Apuesto a que la mitad de nuestros compatriotas tenían preparado el atadillo para abandonar el barco antes de que se hundiese por completo. Y fue entonces, cuando estos chicos nos dieron una tremenda alegría. Una victoria que no podía llegar en mejor momento. 

A mí nunca me ha emocionado el fútbol. Lo reconozco. No sé lo que es un fuera de juego ni con qué criterio de dan las tarjetas amarillas y rojas, aunque por el color de las últimas adivino que no conllevan nada bueno. Tampoco sé cómo se calcula el descuento y estoy convencida de que a los jugadores se les imparten clases de interpretación para fingir las faltas. Pero lo que sí sé es que nuestro país necesitaba un chute de autoestima. Algo que nos hiciese recobrar nuestro orgullo nacional si es que alguna vez lo hemos tenido. 

Habrá gente que vea en esto una mera evasión de la realidad. "Puesto que pan hay cada vez menos, por lo menos que haya circo." Pero lo que han conseguido estos chicos es una proeza digna de elogio, algo que solo había conseguido la amenaza de una nueva guerra fratricida en España tras la muerte del Generalísimo: el consenso. Desde Jerez hasta Gijón, desde San Sebastián hasta Lleida, en Pontevedra y Valladolid, la gente ha salido a la calle a festejar la victoria nacional sin complejos de ningún tipo. Por todas partes, en cada rincón de nuestra geografía se ha visto gente de toda clase y condición ataviada con banderas rojigualdas. Esta Selección ha conseguido que todos dejemos a un lado nuestras ideologías, sectarismos y tonterías varias para exclamar con una sola voz "viva España" y que al menos por un día lucir nuestra bandera dejase de ser cosa propia de fascistas retrógrados y nostálgicos para convertirse en una mera manifestación de patriotismo, como debe ser. 

España, ninguneada ahora por los mercados, las agencias de rating y por Bruselas, tratada como una niña sin voz ni voto en su propia casa que es Europa, da con esta victoria un golpe en la mesa demostrando no ser la desgracia que todos creen que es. El fútbol no es en este caso un juego en el que once tíos corren tras un balón. Es la demostración de un carácter y de una idiosincrasia especial. El reflejo de una España que si se esfuerza gana los partidos, que sabe apretar los dientes cuando hace falta y por la que nadie, recordémoslo, antes de 2008 daba un duro porque pasase de cuartos, al igual que ocurre ahora con nuestra deuda soberana.

Estos chicos, todos jugadores de élite y parte de los mejores clubes, tanto nacionales como extranjeros, lejos de intentar destacar sobre el resto han sabido compenetrarse de tal forma que han dejado de ser Iniestas o Xavis para convertirse en un solo cuerpo, en un solo juego, en un "tiqui taca" que nos ha llevado donde hace unos años no podíamos imaginar que estaríamos. España entera debería tomar ejemplo de estos jóvenes que a pesar de ser distintos comprendieron que el orgullo no conduce a ninguna parte y que solo la unidad hace la fuerza. 

Solo me queda darles gracias por conseguir devolvernos la ilusión y por hacer que la afirmación "yo soy español" deje de provocarnos rubor o vergüenza y en su lugar nos llene de orgullo y de alegría.

Paloma de Grandes V.

miércoles, 4 de julio de 2012

No hay mal que por bien no venga



Hay gente que se pasa la vida quejándose por todo. "No tengo dinero." "Mi trabajo es aburrido." "Mi relación es un asco." Sin embargo quejándose lo único que consiguen es entrar en un círculo vicioso del que no es fácil salir. Solo se vive una vez y ya que la vida es tan corta ¿merece realmente la pena malgastar el tiempo refunfuñando y viviendo una vida que no nos gusta? ¿Una vida condicionada por nuestros propios miedos o incluso por los deseos y expectativas de los demás? Nuestra vidas son nuestras y de nadie más. Solo nosotros habremos de cargar sobre nuestras espaldas con el peso de nuestros errores y de nuestros aciertos. Ciertamente la vida no viene con manual de instrucciones. A veces nos equivocamos. Tomamos decisiones desatinadas, decimos y hacemos cosas que no debemos pero de todo se aprende. De todo se puede extraer una lección que evite que cometamos los mismos errores en un futuro.

No debemos menospreciar los fallos ni las malas experiencias porque estas son llaves que abren puertas y que muchas veces traen consigo grandes sorpresas. Es en los momentos difíciles cuando los conocidos se convierten en grandes amigos, cuando el carácter se forja y la inteligencia se agudiza. Solo los años se encargan de curar nuestra miopía natal. Con el transcurso de la vida nuestra percepción se vuelve cada vez más diáfana. Los sentimientos suelen enturbiar las circunstancias y es solo con el paso del tiempo con el que somos capaces de ver nuestras vidas en tanto que espectadores imparciales. Quejarse es muy sencillo. Más sencillo que hacer algo en todo caso. Quizá debiésemos aprender a dejar de querer lo que tienen los demás o desear aquello de lo que no disponemos para empezar a valorar aquello que tenemos puesto que nunca se sabe cuánto tiempo nos ha de durar. Si lo que tenemos no nos gusta, cambiarlo y si creemos que merecemos algo mejor, buscarlo pues solo los necios y los mediocres se escudan en el victimismo y en la autocompasión para excusar sus propias carencias y permanecer en la cobardía.

La vida no nos priva de cosas. Nos libera de aquello que no necesitamos. Aquellas cosas que esperamos y que no acaban por llegar pueden ser una oportunidad para crecer sin distracciones, para ser aquello que debemos ser. Eso no quiere decir que no vaya a llegar ni que no seamos dignos de tales bienes sino simplemente que aun no es el momento de disfrutarlos. Todo pasa por una razón y puede que aquello que creemos que es un castigo no sea sino una pista o señal de que algo tiene que cambiar. En mi caso, la muerte me trajo de vuelta a casa. Me hizo darme cuenta de que una etapa había acabado y de que era el momento de emprender un nuevo camino. Un camino que me daba miedo recorrer y que ha resultado ser una senda florida, repleta de rosas. Con espinas, sí, pero no por ello menos hermosa.

Aunque no queramos la vida nos dispone a su antojo como a piezas de ajedrez sobre un tablero. Sin embargo somos nosotros los que debemos prever la jugada, mover nuestra ficha e jugar la partida. "El mundo es un teatro y todos debemos desempeñar nuestro papel" cantaba Elvis seguramente inspirado por Shakespeare. Todos tenemos una misión en la vida. Todos sin quererlo nos encontramos en un momento dado y en un lugar preciso para condicionar en mayor o menor medida la vida de otras personas sea en forma de atrezo, de apuntador, de protagonista o de malo malísimo del drama de turno pero en cualquier caso todos ellos son igual de indispensables para la escena.

Sí, hasta los malos tienen un papel en el mundo. Sin mal no habría un bien que lo combatiese. No habría rebeliones, ni Gandhis, ni Luther Kings ni Cristos. Si lo pensamos lo malo al final siempre es bueno ya que hace brotar en los hombres un deseo de justicia que les lleva a hacer el bien. Y si hay algo que hace bella la existencia es la esperanza en los ojos de aquellos hombres que a pesar de los pesares creen que puede existir un mundo mejor.

Paloma de Grandes V.

martes, 5 de junio de 2012

No hay mañana/No tomorrow


A menudo, por no decir la mayoría del tiempo, vivimos sumidos en una dulce anestesia, en la más pura inconsciencia. El tiempo vuela y las semanas se transforman en meses y estos, en años. Años que pasan sigilosamente inadvertidos mientras nosotros pensamos confiados que disponemos de todo el tiempo del mundo para hacer todo aquello que nos hemos propuesto, para cometer errores y enmendarlos.

Pero  ¿Es eso cierto? ¿Acaso nuestras vidas no son limitadas y efímeras? ¿Acaso no es cierto que algún día esta vida nuestra llega a término? ¿Qué ocurriría si un día al despertar nos encontramos con una visita inesperada? ¿Si la parca nos despertase diciendo que el barquero nos espera para iniciar nuestro último periplo?

Cuando uno vive en una ciudad durante largo tiempo se acomoda. Como madrileña de nacimiento sé de lo que hablo. En los seis años que he residido en la capital apenas he salido del barrio. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que he paseado bajo los castaños de El Retiro y me avergüenzo al confesar que, a pesar de encontrarse a unos escasos treinta minutos de mi casa en autobús, todavía no he ido a ver las obras que acoge El Museo Thyssen o el Reina Sofía. Así mismo descubrí el Mercado de San Miguel y el Corral de la Morería hace pocos meses por pura casualidad mientras vagaba una noche por las callejuelas del centro. Sin embargo cuando uno viaja es cuando se afana en conocer y visitar todos aquellos lugares y vistas con que la anfitriona pueda obsequiar a sus fugaces huéspedes. Uno nunca sabe cuando va a poder volver por esas tierras. Es aquí donde hasta el más vago se vuelve un peregrino compulsivo, dando las ampollas de sus pies buena cuenta de tan intenso trajín, por no hablar del frecuentemente encallecido dedo índice de los viajeros, víctima inevitable de ese fervor fotográfico transitorio que los posee durante su breve estancia. Uno sabe que la visita terminará en un par de días por lo que no puede permitirse el lujo de perder ni un instante echándose la siesta en el hotel o viendo la tele en la habitación como haría en casa. El tiempo apremia y aún hay mucho que ver antes de tener que volver a hacer las maletas.

Entre otras cosas, la evolución de la ciencia y de la medicina ha conseguido que las expectativas vitales de la gente sean más grandes. Es una verdad incontestable que cada vez vivimos más tiempo, para desesperación de los gobernantes que se tiran de los pelos pensando cómo diantres podrán mantener un sistema de seguridad social en el que cada vez son más los mayores que necesitan de asistencia mientras que el número de jóvenes, los pocos que hay y que no se han ido como Pepe a Alemania, decrece día tras día. Pero bueno, este es otro debate. Volviendo al tema que nos ocupa ahora la gente vive demasiados años y sin peligros previsibles y esto hace que perdamos la noción del tiempo y del espacio. Nos volvemos pasivos, lentos, ociosos, pensando que siempre hay un mañana para dejar lo que no hicimos o lo que no nos dio la gana de hacer hoy, imbuidos en ese sentimiento de inmortalidad del que pecamos a veces. Y es que los problemas surgen cuando uno se cree muy listo y libre de todo mal. 

Cuando encendemos la televisión por las mañanas para ver el telediario, nos asaltan las noticias de sucesos. Como resulta sumamente deprimente empezar el día de aquella manera, la mayoría de nosotros sorbemos el café y untamos la mantequilla en la tostada intentando abstraernos de la dosis diaria de desgracias que asolan las vidas de esa gente que parece que por estar metida en la caja tonta no existe en la vida real. Todos los días muere gente bien a bordo de pateras, a manos de monstruos domésticos, a causa de accidentes de tráfico… En fin, cosas que pasan. Tragedias personales que no sirven más que para engrosar estadísticas estatales y cementerios locales. La vida sigue pero ¿Hasta cuando? No se sabe. Pero una cosa está clara: un día, más tarde o más temprano, nosotros mismos pasaremos a formar parte de esos porcentajes.

Cuando cumplí los dieciocho mi madre me llevó a su despacho. Yo esperaba lo de siempre. Que recordásemos juntas, por enésima vez, aquellos tiempos en los que mis tíos se arremolinaban a mi alrededor y se disputaban un cepillo de cerdas blandas para peinar los cuatro pelos que coronaban por aquel entonces mi cabeza o como me cogía en volandas para hacerme el “avioncito” mientras yo balbuceaba suspendida en el aire. Ese año no hubo nada de eso. Ese año la niña ya no era tan niña, al menos a ojos del Estado y de la ley. Fue entonces cuando mi madre empezó a darme todo tipo de indicaciones: “Tu padre y yo te hemos nombrado tutora legal de tus hermanos en caso de que a nosotros nos pase algo. Si ocurriese algo tienes que llamar al tío Agus. Él se encargará de todo.” “¡Por Dios mamá! No os va a pasar nada.” Su respuesta fue “Nadie tiene la vida comprada.”  Efectivamente, y como decía una espléndida Ingrid Bergman interpretando a Ilsa Loon en Casablanca “En este loco mundo todo puede pasar.” No es de extrañar que dijera aquello. Corrían tiempos difíciles en los que si un día no estallaba una guerra, se producía una ocupación o cualquier desgracia semejante. Años más tarde llegaría la Guerra Fría que durante más de treinta años tuvo a medio mundo al borde de un infarto día sí y día también. Que si Corea, que si Vietnam, que si Bahía Cochinos... Ciertamente estando siempre al borde de la muerte uno aprecia más la vida. Quizá fue esa constante amenaza la que hizo que apareciesen tantos y tan grandes hombres que, conscientes de que su fin podía estar a la vuelta de la esquina, no cejaron en alcanzar sus metas o la de sus pueblos. Lejos de permanecer inmóviles y pensar que cualquier esfuerzo, dadas las circunstancias, resultaría fútil, lucharon por aquello en lo que creían.

Puede que tengan razón los viejos cuando dicen aquello de que “A esta juventud le hace falta una guerra” Sólo aquellas cosas que nos cuesta conseguir son las que apreciamos y las que tiene un verdadero valor para nosotros. Lo que fácil viene, fácil se va pero también fácilmente se olvida. A mi juicio, el problema de nuestra generación es que nunca ha tenido que luchar por nada. Todas las grandes causas se las asignaron nuestros padres y abuelos por lo que muchos ahuecan la almohada y acomodados en una paz que parece perpetua se echan a dormir cuan lirones mientras pasa la vida. Unos pocos, por su parte, recuperan antiguas consignas y pancartas que hace décadas empuñaban sus padres. No sé si se trata de nostalgia, de aburrimiento o de un supino simplismo en el que los malos son siempre los otros. Puede que sea también un acto de rebeldía contra los mayores que los tachan de indiferentes y de mimados. Quién sabe. Digo yo que algún idealista habrá.

Un día, durante una de nuestras últimas clases de la carrera, nuestro profesor de Derecho Civil nos pasó una fotocopia de un texto que él había extraído de una de sus novelas favoritas. El texto en cuestión era de un autor árabe, de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque sé a ciencia cierta que se trata de un conocido novelista. El texto decía algo así como que el dolor servía para apreciar los momentos de alegría, el ruido para disfrutar del silencio y la muerte para apreciar la vida y que por este motivo no debíamos afligirnos cuando llegase la hora de partir. Algo parecido decía la Carta a los Tesalónicos que se me encomendó leer en un púlpito rodeado de lirios blancos. Tras mi lectura el Nuncio que oficiaba la misa dijo algo que me reconfortó: “Quien viva y crea en mí no morirá. Quien muera y crea en mí vivirá para siempre.” Lejos de cualquier consideración de tipo teológico hay una cosa que está clara. Todos aquellos que se van  viven para siempre, aunque sea en nuestra memoria y en nuestros corazones. Seguramente a nuestro querido y sufrido Pedro le daba pena que sus pupilos abandonasen el nido sin antes haberles transmitido algo más que sus conocimientos (nada desdeñables, he de decir) sobre derechos reales, el régimen económico matrimonial o el derecho de sucesiones. ¿Cursi? Seguramente muchos opinen que sí. No obstante he de admitir que siempre me han gustado los profesores paternalistas que, no contentos con dar la clase de rigor, te dan una lección de vida. Quizá en otra ocasión me detenga a hablar de las clases y arengas de otros legendarios y geniales profesores, que, no tienen ningún desperdicio. Otro día.


Lo que quiero decir con todo esto es que nos pasamos la vida (y nunca mejor dicho) postergando cosas: visitas, viajes, tareas, charlas, discúlpas… O en otras palabras, perdiendo el tiempo, olvidando que si la vida se compone de algo es precisamente de eso. De tiempo. Quien pierde su tiempo pierde su vida. No sé a vosotros, pero a mí me aterra la idea de que llegue el día en que la dichosa señora llame a mi puerta sin que yo antes haya podido decir todo lo que quiero decir, escribir sobre todo sobre lo que quiero escribir y hacer todo aquello que quiero hacer y con ello no dejar una huella digna de mi humilde paso por esta tierra.          

No Tomorrow


Very often, if not most of the time, we live immersed in a sweet anesthesia, in the purest unconsciousness. Time flies, and days turn into weeks and these into years. Years which pass by stealthily unnoticed while we naively think that we have all the time in the world to do those things that we have planned, to make mistakes and to mend them.


But, is that true? Are our lives not limited and ephemeral? Isn’t it true that this life of ours comes to an end? What would happen if one day when we were to wake up and receive an unexpected visit? If the grim keeper would wake us up telling us that the boatman awaits to begin our last voyage?

When you live in a big city for a long time you accommodate. As a girl born in Madrid, I know what I’m talking about. During the six years that I’ve lived in the capital city, I’ve barely gone out of my neighbourhood. I can count with the fingers of a hand the times I’ve taken a walk under the chestnut trees of El Retiro and I’m ashamed to confess that, although it’s twenty minutes away from my house by bus, I still haven’t seen the works that the Thyssen or the Reina Sofía Museums host. Likewise I discovered the San Miguel Market and the Corral de la Moreria a few months ago by pure chance while I was wandering one night through the narrow streets of the city center. When you travel, however, is when you make the effort to see and to visit all those places and views with which the hostess can present its fleeting visitors. You never know when you’ll be able to come back to those lands. This is when even the laziest person becomes a compulsive pilgrim, being the blisters on his feet the proof of such an intense hustle and bustle, not to mention the usually hardened index finger of the visitors, an inevitable victim of the transitory photographic fervor which posses them during their brief stay. You know that the trip will be over in a couple of days and therefore cannot allow yourself not to lose an instant taking a nap at the hotel or watching television in the room like you would at home. In transit, time is pressing and there are still lots of things to see before the time comes to make your luggage again.

Amongst other things, the evolution of science and medicine has made the people’s vital prospects grow. It’s an undeniable truth that we live longer, for the despair of our rulers who pull their hairs out thinking about how on earth they will be able to maintain a social security system in which the elder which need assistance are more numerous than the number of young people, the few who remain and have not gone into exile, that decreases day after day. But this is another debate. Coming back to the topic which occupies us, nowadays people live too long and with no foreseeable dangers and this makes us lose our notion of time and space. We become passive, slow, idle, thinking that there will always be a tomorrow to do the things that we didn’t do or that we couldn’t be bothered to do today, imbued in that feeling of immortality that we sometimes give in to. Actually when you think that you are too smart and free of all harm is when problems arise.

When we turn on the television in the morning to watch the news, we are assaulted by the news of accidents and crimes. Since it’s very depressing to start the day in that way, most of us sip our coffee and spread the butter on our toast trying to withdraw ourselves from the daily dose of tragedies that devastate the lives of those people who, for being inside the idiot box, don’t seem to exist in real life. People die every day either on board of dinghies, in the hands of domestic monsters, because of traffic accidents… Oh well, shit happens. Personal tragedies which only serve to swell the State’s statistics and the local cemeteries. Life continues, but, until when? We don’t know. However one thing is clear: one day, sooner or later, we will be part of those percentages.

When I turned eighteen, my mother called me in her office. I was expecting the usual. That we remembered together, for the zillionth time, the times when my uncles crowded around me and fought over the soft bristle brush to comb the four hairs that, at the time, crowned my head, or how she would hold me in the air and pretended I was a little plane while I stammered. That year there was none of that. That year the girl was no longer a girl, at least in the eyes of the State and the law. That’s when my mother started giving me all kind of indications: “Your father and I have named you the legal tutor of your brothers in case something happened to us. If something were to happen, you have to call your uncle Agus. He will take care of everything”. “Jesus mom! Nothing’s going to happen”. Her answer was “No one has their life bought”. Indeed, and as a fabulous Ingrid Bergman who interpreted Ilsa Loon in Casablanca said “In this crazy world anything can happen”. No wonder she said that. They were difficult times in which if a war did not outbreak one day, there was an occupation o any disgrace of the sort. There would arrive years later the Cold War, which for about thirty years would have half of the world on the brink of a heart-attack one day after the other. Korea, Vietnam, Bay of Pigs… Certainly by always being on the verge of death one appreciates life more. Maybe it was that constant threat which made appear so many great men who, conscious that their end could be around the corner, did not give up in the realization of their goals and those of their people. Far from remaining still and thinking that any effort, given the circumstances, would be futile, they fought for what they believed in.

Maybe the elder are right when they say that “The youth needs a war”. Only the things which are hard to achieve are the ones we appreciate and those which have a real value for us. What ease comes, easy goes but it also is easily forgotten. In my opinion, the problem of our generation is that it has never had to fight for anything. Our parents and grandparents appropriated all great causes, reason for which many take their pillows and accustomed to a peace that seems perpetual and lay to sleep like logs while life passes by. On the other hand, a few, recover old slogans and banners that decades ago our parents gripped. I don’t know if it’s a matter of nostalgia, of boredom or of the abject stupidity of believing that the bad ones are always the others. It might also be an act of rebellion against the elder who accuse them of being indifferent and spoilt. Who knows. I guess there are some idealists too.

One day, during one of our last lessons in college, our Civil Law professor gave us a photocopy of a text he had extracted out of one of his favourite novels. The text was written by an Arab author whose name I cannot recall, although I know for sure that he was a famous novelist. The text said something like that pain helped us value the moments of joy, that noise helped us enjoy silence and that death made us appreciate life and that, for that reason, we shouldn’t be sad when the time to part arrived. The Letter to the Thessalonians that I was commended to read from a pulpit surrounded with white lilies said something similar. After my reading, the Nuncio who officiated the mass said something that comforted me: “Those who live and believe in me will not die. Those who die and believe in me shall live forever”. Regardless of any religious consideration, there is something which is clear. All those who part live forever, be it in our memories or in our hearts. Probably our dear and patient Pedro was saddened by the idea of his students leaving the nest without sharing with them something more than his knowledge (far from negligible, I have to say) on real property rights, matrimonial economic regimes or inheritance law. Cheesy? Many might think so. However, I admit that I’ve always liked paternalist teachers who, not contempt with giving the obligatory class, give you a life lesson. Maybe another day I pause to talk more about the lessons and pep talks of other legendary and genius professors, which, are also worth telling. Another day.

What I’m trying to say is that we spend our lives (literally) postponing things: visits, trips, tasks, talks, apologies… In other words, losing our time, forgetting that if life is made of something it is precisely out of that. Of time. Those who lose their time lose their lives. I don’t know about you, but I’m terrified by the idea that the day comes when the damn lady knocks on my door without me having said everything I want to say, writing about everything I want to write about and doing everything I want to do, and not leaving a worthy trace of my humble passing through this earth.                            

Paloma de Grandes V.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El dolor es temporal



"Escuchadme. El dolor es temporal. Puede durar un minuto, o una hora, o un día, o incluso un año pero eventualmente se irá y otra cosa ocupará su lugar. Sin embargo si abandono el dolor durará toda la vida. Estáis mimados. Algunos de vosotros estáis mimados. Esa es la moraleja. Vuestros padres han hecho todo por vosotros. No habéis tenido que hacer nada por vosotros mismos. Estáis mimados. Pero hoy vamos a ser realistas. Algunos de vosotros sois niños mimados. Cada vez que os habéis metido en líos alguien de vuestra casa os sacó de ellos.Cada vez que habéis hecho algo que no deberíais haber hecho. La gente dirá "tu madre es una tirana" Tienen razón. "Te echó de casa." Es cierto. Es cruel pero hizo crecer al hombre por que me sacó ahí fuera y me dijo "vas a tener que crecer" y algunos de vosotros nunca habéis aprendido a crecer y siempre que las cosas se ponen difíciles llamáis a vuestra mamá. Os reto a que soportar un poco de dolor.Os reto. Os reto a que no os volváis a casa. Algunos de vosotros diréis "vuelvo a casa cuando me siento mal" Madurad. No os vais a morir. Y al final del dolor está el éxito. No os vais a morir por sentir un poco de dolor. "No como como comería en casa", por eso tenéis que subir al siguiente nivel por que continuáis comiendo como lo haríais en casa, como un niño o una niña. Es hora de convertirse en hombres y mujeres. Pero yo estoy exactamente donde quiero estar por que me dí cuenta  de que tengo que comprometer mi propio ser con esta cosa. Tenéis que respirarlo, comerlo, dormirlo. Y hasta que no lleguéis a ese punto nunca tendréis éxito en la vida. Pero una vez que lo alcanzáis, os lo garantizo, el mundo es vuestro. Así que trabajad duro y conseguiréis lo que quiera que sea que queráis." 

Transcripción y traducción: Paloma de Grandes V.

sábado, 26 de mayo de 2012

La bombilla de Edison

Cuando nos marcamos una meta a menudo no somos conscientes de todo el esfuerzo y sacrificios que ello conlleva. Eso hace que mucha gente a la primera de cambio, en cuanto las cosas salen mal o no se producen cuando ellos quieren o creen que deberían producirse tiran la toalla, olvidando el motivo por el cual se habían marcado dicha meta. Por desgracia las cosas buenas se hacen esperar, poniendo en jaque a nuestra paciencia y a nuestros buenos propósitos. Sin embargo no puedes esperar que te pasen cosas buenas o que las cosas que esperas ocurran si no pones nada de tu parte para conseguirlo. Como dice el ya conocidísimo slogan publicitario: "Luck is an attitude." Por eso cuando las cosas se pongan feas y quieras mandarlo todo a hacer puñetas pregúntate lo siguiente: ¿He hecho todo lo que he podido para conseguirlo? ¿Podría haber hecho más de lo que hice? ¿Por qué estoy haciéndolo? Nadie dijo que fuese a ser fácil pero si crees de verdad que eso merece la pena no puedes pemitirte el lujo de abandonar sin pelear antes. Puede que tardes en lograrlo pero cuando lo consigas mirarás atrás y te darás cuenta que todos los sacrificios, que todo el sufrimiento y los desvelos se han visto recompensados con creces. Una gran verdad es aquel proverbio latino que reza "Gutta cavat lapidem non vid sed saepe cadendo" (La gota agujerea la piedra, no por fuerza, sino por constancia.) Una tarde, en plena lucha personal, tras haber perdido el ánimo y las ganas, me puse a buscar fuentes de motivación. Encontré un vídeo de un motivational speaker americano, Less Brown, que me hizo darme cuenta de que no pasa nada si uno se equivoca o tarda en conseguir su objetivo. Sino pongamos un ejemplo. Thomas Alva Edison fue el creador de casi mil artilugios que cambiarían nuestras vidas entre los que se cuentan el fonógrafo, antecedente necesario del tocadiscos y la bombilla de filamento incandescente. Pues bien, el Sr. Edison fracasó algo así como mil veces en su empeño de iluminar los hogares de sus coetáneos hasta que por fin dio con la clave que le haría ser recordado como uno de los mayores inventores de la historia. A este caballero se le atribuye la siguiente cita " Las personas no son recordadas por el número de veces que fracasan, sino por el número de veces que tienen éxito." Sabiamente advirtió que "Toda persona debe decidir una vez en su vida si se lanza a triunfar, arriesgándolo  todo, o si se sienta a ver el paso de los triunfadores." Un amigo mio me dijo una vez: "Cuando piensas que no puedes más es cuando empiezas a esforzarte de verdad." Si tienes claro tu objetivo todo lo demás no importa. En esta línea van las últimas palabras del discurso de Less Brown:

“If you want a thing bad enough to go out and fight for it, to work day and night for it, to give up your time, your peace and your sleep for it, if all that you dream and scheme is about it, and life seems useless and worthless without it, and if you gladly sweat for it , and fret for it, and plan for it and if you lose all your terror of the opposition for it and if you simply go after this thing that you want with all of your capacity, strength and sagacity, faith, hope and confidence and stern pertinacity, neither cold, poverty, famish, sickness or pain of body and brain can´t keep you away from the thing that you want. If dragnet and grim besiege and beset it with the help of God you will get it.”

"Si quieres una cosa lo suficiente para salir y luchar por ella, trabajar día y noche por ella, renunciar a tu tiempo, a tu tranquilidad y a tu sueño por ella, si todo lo que sueñas y planeas es por ella, y la vida parece no tener sentido ni valor sin ella, si gustoso sudas y luchas por ella, y planeas por ella y si pierdes todo temor a la oposición por ella y simplemente vas en busca de aquella cosa que tanto deseas con toda tu capacidad, fuerza y sagacidad, fe, esperanza y confianza y tozuda persistencia, ni el frío, ni la pobreza, ni el hambre, ni la enfermedad de cuerpo o mente podrán impedirte tener aquello que quieres. Si los problemas y el desaliento lo asedian y acosan con la ayuda de Dios lo conseguirás."




Esta entrada se la dedico a mis compañeros opositores. Puede que haya días peores que otros pero nunca debemos perder de vista nuestro objetivo. ¡Ánimo a todos!


Paloma de Grandes V.




El Oasis


Yo ya he atravesado esos desiertos…
El desengaño epistolar y las filigranas de papel mojado,
Las dulces mentiras y las esperanzas revenidas,
Las palabras piadosas y las excusas baratas,
Una puerta cerrada y una ventana tapiada,
Para mí estas premisas no son nuevas.

Una sincronía vital desfasada,
Un déjà vu para mí duplicado.
El que ni está ni se le espera,
Y el que está, se le espera y no llega.
El quiero y no puedo.
A mí todas estas cosas me suenan.

Ojalá pudiera yo privaros de tales experiencias,
Más solo espero que de mis vivencias hagáis vuestra brújula.
La travesía es ciertamente tediosa
Y el camino parece no tener fin
Sin embargo os digo que no desfallezcáis.
El oasis está cerca. Lo presiento…


Para mis queridas amigas L. y E. porque como dice Shakira “Uno más uno no siempre son dos” pero “Cuando menos piensas sale el sol”

Poema semifinalista del certamen "Palabras entre el Centeno" del Centro de Estudios Poéticos.


Paloma de Grandes V.

lunes, 23 de abril de 2012

Salmo 23

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.

Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
 

sábado, 24 de marzo de 2012

El baúl de los recuerdos

Ya lo dijo Jorge Manrique. A veces parece que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esta misma idea la repitió Karina mientras fisgaba en su famoso baúl. Cuando te sientes perdido, cuando parece que todo lo que te rodea carece de sentido e incluso empiezas a creer que te estás volviendo un poco loco, tiendes a echar la vista atrás y piensas para tus adentros “Cuán feliz fui yo entonces. Quisiera retrasar las manillas del reloj y volver a aquel tiempo en el que todo parecía más sencillo. Más bonito.” A veces incluso vuelves a visitar antiguos lugares, a leer viejos cuadernos, a mirar descoloridas fotografías, a buscar a personas caducas. Te dejas llevar por aquellos gratos recuerdos esperando encontrar en esas cosas, en esas gentes aquello que sientes que has dejado por el camino. Es humano al fin y al cabo. Volver, volver como cantaba Gardel. Necesitas encontrar lo que crees que perdiste en algún momento del trayecto. Presa de la nostalgia buscas ansioso. Vuelves y revuelves entre los cajones de la memoria. Y al final te das cuenta de que todo aquello que añorabas se fue para no volver. Que esos lugares están vacíos, que esos escritos te resultan ajenos, que las personas cambian y que la imagen que tenías de ellas no eran sino un maniquí que el tiempo se ha encargado de vestir de gala. Es más sencillo que esperar. Las esperas son aburridas, desesperantes incluso. Pero como dijo Oscar Wilde “El único encanto del pasado consiste en que es el pasado” ya que como advirtió Quevedo “Cuando decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor condenamos al porvenir sin conocerlo.” Lo nuevo asusta. Da miedo. Sin embargo si uno se detiene un momento  cae en la cuenta de que el pasado no es sino un prólogo. Un prólogo que da paso a una historia, que todavía está por escribir y de la cual nosotros somos autores y actores. Nuestras vidas no son sino lo que queremos que sean. Somos arquitectos de las mismas. Arquitectos, aparejadores y hasta peones de un edificio que no está coaccionado por restricciones administrativas sino tan solo por nuestros fantasmas y complejos y que puede llegar a ser todo lo alto que queramos. Sin embargo este futuro potencialmente glorioso no se construye por sí solo. Requiere del presente, el gran olvidado del trío, para ser pues sólo aquello que hagamos hoy podrá ser cimiento del coloso que vive en nuestra imaginación. No hay que huir del presente. Hay que vivirlo. Al fin y al cabo “Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo.”