domingo, 11 de diciembre de 2011

Oriental


Confieso que desde muy pequeña me ha gustado mucho la peliculina. Y cada vez que podía acompañaba a mis padres a conciertos, cócteles, recepciones... Siempre me he sentido más a gusto con la gente mayor que con mis coetáneos. Me encantaba quedarme oyendo sus historias y contar sus anécdotas. Y como una niña bien sabía hacer mis gracietas. María Luisa y yo éramos las reinas de las fiestas de nuestros padres. Ella contaba un pareado muy salao y yo recitaba poesía. Luego su madre nos delitaba cantando sevillanas y nuestros progenitores se arrancaban a bailar. Nos peleábamos por ver quien era la primera en traerle el cenicero a mi padre que, por aquellos tiempos, se fumaba la friolera de tres paquetes diarios. De vez en cuando nos íbamos a la finca de Paco Lista a montar a caballo y a disfrutar de un buen asado. Recuerdo que un día me caí. Menudo susto. 

Nuestra casa estaba cubierta de bugambilla y en el jardín, al lado de la piscina, había un jaulón repleto de palomas de fantasía con vistosos penachos y colas. También había un columpio muy patriótico que nos trajeron los reyes a Tanis y a mí desde muy lejos. Yo no sé como acabarían los camellos porque era un mamotreto considerable. En el jardín de la entrada había unos arbolillos que eran nuestro escondite y donde se nos instaló una gata con su prole. Gata que un buen día desaparecío. Mi padre está convencido de que la chica la guisó y se la dió para comer diciendo que era conejo. Las clases de tennis en el club de Dona (creo que se llamaba así), las películas en casa de Lidia, los días de caza con Iñigo y su pointer, las historias del ratoncito Pérez que nos contaba Alonso, las tardes en casa de los Suárez, Cuca, Anahi, Fres y Manolo, como no, siempre grabándolo todo con su cámara... 

El caso es que de niño mi padre vivía con sus tías y de todas ellas aprendío algo. A cocinar, a cantar y a recitar poesía. Poemas que se ha encargado de enseñarme y entre los que se encuentra la Oriental de José de Zorilla. Con cinco añitos estaba preparada para conocer al rey además de saberme la Oriental de corridillo y mis padres creyeron que debía recitarla en la actuación de fin de curso del colegio. Imaginaos la escena. Un mico con acento uruguayo con coletitas y un vestido de nido de abeja en un escenario frente a un anfiteatro lleno hasta la bandera. Tengo que averiguar si hay algún video de aquello...   



Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:

«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.

Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,

y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.

Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.

Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.

Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.


Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.

Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.

Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.

Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»

«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»

Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:

«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,

y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»

Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

                                                                                    Oriental- José de Zorrilla

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