lunes, 8 de abril de 2013

Don Juan Tenorio (II)

Retomamos la historia donde lo dejamos ayer: Brígida le dice a Don Juan que ha de hacer para entrar en el convento donde se encuentra Doña Inés. Una vez de vuelta en el convento, Brígida le hace entrega a Inés de una carta de Tenorio. La pobre está hecha un lío y su inexperiencia hace que tan dulces palabras surtan su efecto. La delicadeza y belleza de estos versos son innegables. No es de extrañar que Inés se quede prendada Don Juan.


INÉS: ¡Ay!, que cuanto más la miro, 
menos me atrevo a leer. 
(Lee.) 
«Doña Inés del alma mía.» 
¡Virgen Santa, qué principio!
BRÍGIDA.  Vendrá en verso, y será un ripio 
que traerá la poesía. 
Vamos, seguid adelante.
INÉS: (Lee.) «Luz de donde el sol la toma, 
hermosísima paloma 
privada de libertad, 
si os dignáis por estas letras 
pasar vuestros lindos ojos, 
no los tornéis con enojos 
sin concluir, acabad.»
BRÍGIDA.  ¡Qué humildad! ¡Y que finura! 
¿Dónde hay mayor 
rendimiento?
INÉS: Brígida, no sé qué siento.
BRIGIDA. Seguid, seguid la lectura.
INÉS: (Lee.)
«Nuestros padres de consuno 
nuestras bodas acordaron, 
porque los cielos juntaron 
los destinos de los dos. 
Y halagado desde entonces 
con tan risueña esperanza, 
mi alma, doña Inés, no alcanza 
otro porvenir que vos. 
De amor con ella en mi pecho 
brotó una chispa ligera, 
que han convertido en hoguera 
tiempo y afición tenaz: 
y esta llama que en mí mismo 
se alimenta inextinguible, 
cada día más terrible 
va creciendo y más voraz.»
BRÍGIDA.  Es claro; esperar le hicieron 
en vuestro amor algún día, 
y hondas raíces tenía 
cuando a arrancársele fueron. 
Seguid.
INÉS: (Lee.) «En vano a apagarla 
concurren tiempo y ausencia, 
que doblando su violencia, 
no hoguera ya, volcán es. 
Y yo, que en medio del cráter 
desamparado batallo, 
suspendido en él me hallo 
entre mi tumba y mi Inés.»
BRÍGIDA.  ¿Lo veis, Inés? Si ese horario 
le despreciáis, al instante 
le preparan el sudario.
INÉS: Yo desfallezco.
BRÍGIDA.  Adelante.
INÉS: (Lee.) 
«Inés, alma de mi alma, 
perpetuo imán de mi vida, 
perla sin concha escondida 
entre las algas del mar; 
garza que nunca del nido 
tender osaste el vuelo, 
el diáfano azul del cielo 
para aprender a cruzar: 
si es que a través de esos muros 
el mundo apenada miras, 
y por el mundo suspiras 
de libertad con afán, 
acuérdate que al pie mismo 
de esos muros que te guardan, 
para salvarte te aguardan 
los brazos de tu don Juan.»
(Representa.)
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo! 
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA.  (Ya tragó todo el anzuelo.) 
Vamos, que está al concluir.
INÉS: (Lee.) 
«Acuérdate de quien llora 
al pie de tu celosía 
y allí le sorprende el día 
y le halla la noche allí; 
acuérdate de quien vive 
sólo por ti, ¡vida mía! 
y que a tus pies volaría 
si le llamaras a ti.»
BRÍGIDA.  ¿Lo veis? Vendría.
INÉS: ¡Vendría!
BRÍGIDA.  A postrarse a vuestros pies.
INÉS: ¿Puede?
BRÍGIDA.  ¡Oh!, sí.
INÉS: ¡Virgen María!
BRÍGIDA.  Pero acabad, doña Inés.
INÉS: (Lee.) 
«Adiós, ¡oh luz de mis ojos! 
Adiós, Inés de mi alma: 
medita, por Dios, en calma 
las palabras que aquí van: 
y si odias esa clausura, 
que ser tu sepulcro debe, 
manda, que a todo se atreve 
por tu hermosura don Juan.»


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