domingo, 28 de diciembre de 2014

La lucha


No nos engañemos. La vida es una sucesión de desgracias, tragedias, desengaños y problemas. Es una constante lucha. Una lucha en la que no se te deja descansar ni un segundo. La primera vez que te golpean, te vuelves a levantar. Aturdido. Te han pillado por sorpresa. Y cuando piensas que ya has capeado el temporal y que estás a salvo, te vuelven a dar. Entonces te armas hasta los dientes, te pones en guardia y te colocas la armadura más gruesa que encuentras. Esta vez ya no te pillan desprevenido. Pero vuelve a pasar. Y llega un momento en el que ni sabes por donde te vienen los golpes. Que parece que a perro flaco todo son pulgas. Y hay veces en las que estas cansado. Muy cansado. De ser fuerte. De luchar. De luchar contra los elementos, contra los demás y contra ti mismo. 

No te queda otra. Tienes que levantarte y seguir. Tienes que sacar fuerzas de donde sea o te quedarás a los pies de los caballos. Pero como ocurre en campaña, todo es más sencillo si uno cuenta con un buen estado mayor. Si quieres ganarle un palmo al enemigo es necesario tener al lado buenos ayudantes de campo. Soldados que a pesar de tener también el cuerpo y el alma llenos de cicatrices, te asistirán en el combate. Son ellos quienes te apretarán el torniquete cuando te quieras dejar morir en el campo. Quienes se echarán tu brazo por encima del hombro con tal de arrastrarte a la trinchera más cercana. Quienes te echarán un jarro de agua por la cabeza para que no pierdas la conciencia y que no dudarán, llegado el caso, en pegarte un par de guantazos o de gritos cuando se te pase por la mente desertar o izar la bandera blanca. Que aquí no hay tu tía. Que o se gana o se gana. La derrota no es opción. No hay ni truega, ni cuartel. Que como decía George Marshall "No basta con luchar. Es el espíritu que nos acompaña en la lucha el que decide la cuestión. Es la moral la que obtiene la victoria." Por que, por desgracia, la mayor parte del tiempo nosotros somos nuestros peores y más furibundos enemigos. Y sólo cuando logramos vencernos podemos vencer todo lo demás. 

Todos estamos en guerra pero todos tenemos que librar nuestra propia lucha. Una lucha que nadie más puede librar por nosotros y cuya victoria o derrota nos pertenece única y exclusivamente. Por eso debemos ponernos en pie, colocarnos el cuchillo entre los dientes y cargar. Cargar con fe. Fe en que lo malo pasará y en que lo bueno acabará por llegar. En que los momentos de felicidad, aunque breves y escasos, existen. Fe en que todas las batallas, todas la caídas, al final, habrán merecido la pena. Por muy poco que duren y por muy cortos que sean esos momentos de gozo. Que la felicidad no son los padres. Que no se la ha inventado el Corte Inglés ni Coca-cola. Que es de verdad y totalmente democrática: por y para todos. Que hay momentos que merecen todo lo que tuvimos que sufrir para llegar hasta ellos. Y que cuando llegan nos hacen plantearnos "Y pensar que estuve a punto de rendirme y de pasarme a las filas enemigas..." Pero después de sanar nuestras heridas con tan delicioso bálsamo, toca otra vez echarse el macuto al hombro y pintarse con brea las mejillas. Que la lucha sigue. Sigue hasta que nos toque volver a repostar en otra de esas maravillosas fuentes y así hasta que lo decida el Alto Mando, pues como dijo el gran Quevedo "La guerra es de por vida en los hombres, porque es guerra la vida, y vivir y militar es una misma cosa."

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